Por Mariano Gutiérrez T. y Pedro Aguilar F.
El año 2006 se publicó, en homenaje al centenario de Chimbote, un libro editado por don Pedro Trillo, el cual incluyó capítulos sobre la historia, el presente y el futuro de Chimbote y la Región del Santa. El recordado editor científico del IMARPE, don Pedro Aguilar Fernández, y el Ing. Mariano Gutiérrez Torero, fueron autores de uno de los capítulos, el cual se tituló ¿Fue la pesca el objetivo de la conquista Inca de la Región del Santa?. Dicho capítulo era una versión resumida del presente artículo, cuyo título original es De cronistas a divulgadores científicos: relatos, historias y hechos del mar peruano. Si bien este documento fue redactado pensando en Chimbote (principal puerto pesquero del país, uno de los más importantes del mundo, y ubicado en una zona excepcionalmente rica de nuestro mar peruano) es en realidad un homenaje a los navegantes de la cultura Chimú.
“Chimbote es el puerto más bello que existe desde el Cabo de Hornos a Guayaquil, un puerto parecido al de Tolón y que puede recibir a todas las escuadras del universo”
A. von Humboldt; Diario de Viaje; Chimbote, 1802
“Chimbote es el puerto más seguro de la costa occidental (de América) y, en general, uno de los mejores del mundo”
E. Middendorf; Perú, tomo II, La Costa, 1894
“La de Chimbote es una bahía apta para prestarse como criadero natural, de un tamaño enorme, para muchas clases de animales”
E. Schweigger; La Bahía de Chimbote, 1942
“El Perú costeño (….) no estaba habitado por una nación agrícola (…) sino por gentes cuyas culturas…estaban también basadas, en parte apreciable, en una economía marítima, con pesca y comercio de cabotaje”
T. Heyerdahl; American Indians in the Pacific, 1952
“La franja costeña que se extiende desde la capital del Chimor (…) hasta Paramonga es una larga lengua de tierra (…) que había que defender de las ambiciones(…). Frente a tales retos el imperio Chimú tenía que ser necesariamente una potencia no solo militar, sino naviera.
A. Torero; Idiomas de los Andes, linguística e historia, 2002
Introducción
Las culturas que no conocieron la escritura han trasmitido sus conocimientos y tradiciones a través del testimonio oral; también lo han hecho a través de su legado físico: textiles, ceramios, alimentos, construcciones etc. Así, la era histórica se inició en el Perú con los primeros cronistas como Garcilaso de la Vega y Guamán Poma de Ayala, pero también con científicos o divulgadores tempranos como Pedro Sarmiento de Gamboa y Cieza de León.
Para ellos, una de las primeras grandes dificultades fue la de comunicarse debido al desconocimiento de los idiomas andinos. Los peruanos del siglo XXI tenemos la impresión general de que el idioma quechua, y a lo sumo el aymara, eran las lenguas únicas de la postrera gran cultura peruana de los Incas. Pero Alfredo Torero (1), entre otros, nos presentan el grado de complejidad de la sobreposición de un número grande de familias idiomáticas que se remontan varios milenios en el tiempo (2).
Así, no es extraño que hoy en día el conocimiento de nuestro considerable legajo cultural sea -para la mayoría de peruanos- superficial. Los actuales vaivenes sociales que complican el manejo o gobernabilidad política del país son, precisamente, el reflejo de una mutua y secular incomprensión y desconocimiento de nuestra realidad étnica multicultural y multilingüe; el Perú es, hoy en día, una nación que tiene verdaderas colonias dentro de sus propias fronteras, de las que extrae riqueza que no genera bienestar. El país necesita marchar hacia una reconciliación que tiene que empezar por el redescubrimiento crítico de nuestra historia, pero la verdadera y minuciosa, no la esquemática que nos enseñan en las escuelas.
El mar, y los temas relacionados a él, son también desconocidos para la gran mayoría de compatriotas más allá de las frases típicas que todos conocemos, como la de que el nuestro es ‘el mar más rico del mundo’, o que ‘somos la primera potencia pesquera’. En realidad, hay mucho más que eso: hay una enorme cultura ligada al mar, incluyendo una extensa tradición marinera y una especialización pesquera que proviene de las culturas pre-incas.
De tal modo, los autores de este artículo hemos querido presentar esta contribución en el libro dedicado a la región del Santa, y a Chimbote en particular, con el objetivo de divulgar hechos históricos y científicos, pero también las leyendas y relatos más relevantes de nuestra larga historia, y contribuir así –humildemente- a rescatar o construir una verdadera conciencia marítima que abra la mente de las personas en este país que –aun- vive de espaldas al mar. Al presentar este artículo queremos sin embargo advertir al lector que hay en realidad un escaso aporte de nuestra parte, y mucho de licencia en el manejo de los temas arqueológicos e históricos que han sido originalmente relatados por especialistas.
Al realizar la recopilación bibliográfica necesaria para este artículo no ha sido extraño comprobar que la gran mayoría de los primeros relatos y estudios relacionados con el mar peruano han sido recogidos y/o producidos por extranjeros, pero ello es –obviamente- el producto de la carencia de escritura en las culturas pre-Incas e Inca, pero es también el resultado lógico de un Estado, primero virreinal y luego republicano, que carente de generosidad, visión o decisión política según sea el caso, promovió muy escasamente la investigación científica de la historia, arqueología, lingüística etc por parte de los propios peruanos.
En nuestra opinión, el progresivo debilitamiento del poderío imperial español desde finales del siglo XVIII derribó las resistencias que se tenían frente a todo lo no-español, y abrió las puertas –entre otras cosas- a la depredación de nuestros recursos marinos, aunque también a la positiva contribución de gentes con las que el Perú guarda una deuda de gratitud, como Humboldt, Raimondi, Middendorf y tantos otros. Un segundo impulso, respecto a la investigación científica, se operó con el desastre que significó la segunda guerra con Chile, por cuanto la explotación de recursos naturales ingresó en una crisis que obligó a buscar una mayor comprensión de los procesos naturales que regulan la abundancia de éstos. También en el área social el derrumbe de la República Militar, que es inmediatamente anterior a las crisis europeas desatadas por el expansionismo alemán y luego por la primera guerra mundial, atrajo progresivamente la presencia de muy capaces investigadores europeos, especialmente alemanes, como Uhle, Brunning, Koepcke, Tschudi, Schweigger, Weberbauer, Petersen etc; y también la de otros notables europeos como Rivet, Heyerdahl, Saethersdahl, Markham etc.
La valiosa contribución de estos científicos, que laboraron en disciplinas tan próximas o diferentes como la historia, arqueología, paleontología, oceanografía, botánica, etnología, biología etc, contribuyeron decisivamente en la formación de nuevos contingentes de científicos nacionales. No es nuestro ánimo realizar una enumeración cabal de aquellos compatriotas que formaron lo que podríamos llamar un “segundo despertar científico nacional” por el temor a caer en omisiones que nos serían muy ingratas -sobre todo porque el ámbito de las ciencias es muy amplio- pero queremos resaltar la notable contribución que le cupo realizar al Dr. Enrique del Solar respecto a las ciencias marino-pesqueras, pues es en este campo donde se centra el objetivo del presente artículo. Sin embargo, en las fuentes bibliográficas que hemos consultado, su aporte figura de manera superficial, e incluso sus datos biográficos no aparecen, por ejemplo, en la Enciclopedia Ilustrada del Perú, de Alberto Tauro del Pino (3), lo que podría ser una muestra de la insuficiente atención que aún le merece al país el tema marítimo.
Si bien la información relevante del Dr. Del Solar aparece en una de las secciones del presente artículo, queremos adelantar aquí que, sin soslayar su fecunda labor científica, este insigne investigador es uno de los fundadores de la moderna industria pesquera nacional, y divulgador de la enorme y variada riqueza biológica de nuestro mar. Siendo el motivo de la publicación del libro -en el cual este artículo está contenido- el de rendir homenaje a la región del Santa y la ciudad de Chimbote, no podíamos entonces dejar de mencionar que el Dr del Solar fue también crítico severo de la evolución que cobró la industria pesquera principalmente asentada en ese puerto, al haberse privilegiado –en su momento- la producción de harina de pescado sin considerar de alimentos de consumo humano en base a la anchoveta.
Por supuesto, la responsabilidad sobre su desarrollo industrial no está en la misma ciudad de Chimbote no obstante la magnífica contribución económica que le ha dado al país –y sólo hacemos aquí referencia a la pesca- , pero ni aun así disfruta la condición de región libre de pobreza, y tampoco goza –en el estado de cosas actual- de la expectativa de un futuro promisor no obstante su privilegiada ubicación geográfica. Chimbote es entonces un ejemplo claro de otros dramas nacionales sintetizados en el centralismo, la inadecuada redistribución de la riqueza y la ausencia de políticas planificadoras de mediano y largo plazo.
En base a la bibliografía consultada, podemos adelantar que la región del Santa, y Chimbote en especial, fue históricamente una región rica y atractiva como muchas otras a lo largo de la costa peruana. Autores como Middendorf y Schweigger resaltan sus bondades como puerto natural, pero observan su carencia de agua y leña, lo que sin duda le menoscabó –en su momento- valor estratégico. Antes de ellos Humboldt compartió esa opinión, pero observó que algún acontecimiento terrible debió haber sucedido allí y en las cercanías a juzgar por la abundancia de restos humanos que halló a flor de tierra. El afamado berlinés estaba en lo cierto: en esa región se libraron batallas decisivas entre el ejército imperial de Túpac Inca Yupanqui y las huestes chimúes, las que condujeron a la victoria cuzqueña y la consolidación del imperio incaico durante el reinado de Pachacútec. Humboldt observó también el estado de destrucción de acueductos en la región, los que sin duda fueron provocados por el vencedor para vencer por la sed y el hambre la resistencia de los hombres de Chan Chan, la gran capital del imperio Chimú.
Las guerras de conquista se emprendieron ya sea para reforzar la seguridad del núcleo geopolítico, y/o para obtener lo que se codicia para el propio bienestar. En el caso de los Incas es difícil pensar en la primera posibilidad, ya que el reino Chimú era rico y mantenía una pacífica correspondencia con las culturas andinas del norte; por lo tanto tenían poco que codiciar en el sur. La segunda hipótesis tendría que ver con el suministro de alimentos, ya que como bien sabemos ahora, los ciclos climáticos decadales (21) han podido alterar la diversidad biológica del litoral sur –que sí era dominado por los Incas- y obligarlos a obtener en el norte lo que ya no estaba disponible en su propia área de influencia (es decir, abundantes recursos pesqueros). Los ciclos decadales climáticos implican cambios de mediano a largo plazo en la predominancia de ciertas especies; en el caso de la anchoveta, esta puede traducirse además en cambios en la distribución latitudinal, y esa variación pudo haberse efectuado hacia el norte despoblando parcialmente de aves guaneras, lobos marinos y peces la zona sur algún tiempo antes del enfrentamiento decisivo entre Incas y Chimúes. El conflicto por el acceso a esos recursos, principalmente la anchoveta, pudo haberse justificado por la importancia de los peces en la alimentación, y del guano en la agricultura.
No nos ha sido posible hallar una descripción o interpretación histórica cabal del porqué el choque de estas dos grandes culturas se libró de manera definitiva en la región del Santa, pero creemos, de acuerdo a lo que enseña la historia, que el escenario de las batallas rara vez lo determina el azar, y así como Lima no es –por lo menos no lo fue durante la guerra con Chile- un lugar estratégico determinante en la costa peruana (como muy bien demostró el General Cáceres), tampoco lo era Chan Chan en su momento. Así, podría ser que la última batalla entre los dos imperios se llevo a cabo en el lugar que revestía la mayor importancia estratégica en la costa peruana, que no podría ser otro que el mejor puerto de la costa oriental del Pacífico. Está documentado y demostrado que, luego de sus victorias sobre los Chimú, el príncipe guerrero, el Inca Túpac Yupanqui, realizó extensas travesías por mar y que visitó las Galápagos y la Polinesia. Para ello construyó una flota numerosa e instruyó a tripulaciones capaces, y por lo tanto no podemos imaginar en la costa peruana un lugar mejor, para asentar una escuadra, que Chimbote.
El abrigo y seguridad que le da la Bahía de Chimbote a las operaciones portuarias fue sin duda la razón principal para haber asentado allí la base primera y principal de la actual industria pesquera nacional; la falta de agua no fue en ninguna época una limitante si se tiene en cuenta el aporte cercano de ríos como el Santa y el Nepeña. No obstante, el presente articulo, como ya se ha anunciado, no se centra sólo en la importancia estratégica de la región, sino que constituye un recuento sumario de los que creemos los principales mitos o leyendas e historias y hechos relacionados con la añeja tradición marítima del Perú y la riqueza biológica de nuestro mar, que al fin y al cabo, son las razones principales de la existencia de la actividad pesquera industrial y artesanal.
Para ello hemos recurrido, principalmente, a la monumental Historia Marítima del Perú (4). Sin embargo, nuestro repaso histórico ha comprendido únicamente el periodo que va desde el Perú pre-cerámico hasta el arribo y conquista por los conquistadores españoles, porque consideramos que lo que aconteció luego del siglo XVI ya no llevaba más la huella de las tradiciones marineras y pesqueras originales forjadas en el Perú en los milenios precedentes. Nuestro repaso –que no pretende ser completo, pues hemos querido centrarnos en aquellos hechos que más llamaron nuestra atención- incluyó: el Tomo I Volumen 1 titulado ‘El Mar: Gran Personaje’ cuyos autores son Georg Petersen Gaulke y Ramón Mugica Martínez, que está dedicado a la descripción geográfica y clasificación física, geológica, climatológica etc de la costa peruana; el Tomo I Volumen 2 titulado también ‘El Mar: Gran Personaje’ cuyos autores son Jorge Sánchez Romero y Esteban Zímic Vidal, los que presentan los aspectos biológicos, ictiológicos, oceanográficos y pesqueros contemporáneos del mar peruano; la referencia más consultada fue el Tomo II, Volúmenes 1 y 2, cuyo autor es Hermann Buse, el cual describe la época pre-histórica; y, finalmente, el Tomo III , Volumen 1, a cargo de José Antonio del Busto Duthurburu, quien trata de la historia interna hasta el siglo XVI. Hemos incluido, a manera de homenaje, una reseña biográfica del Dr. Hemann Buse, pues muy probablemente fue el historiador que más se dedicó a estudiar los aspectos marítimos y pesqueros de la historia pre-hispánica peruana.
Para información de los lectores, los capítulos 1, 2 y 3 del Libro de Oro de la Pesquería Peruana (152) contienen también una descripción de la evolución de la actividad pesquera y de la importancia del mar en la economía de las sucesivas culturas que poblaron el litoral peruano, y que comprende el período que va de las culturas pre-incas al virreinato, la república y los inicios de la moderna pesquería industrial.
Para fortalecer las principales hipótesis que relatan el poblamiento de América, del Perú, y los posibles intercambios étnicos y lingüísticos entre las diversas regiones del Pacífico, hemos recurrido a los estudios de lingüística descriptiva y comparada de Alfredo Torero. Para la descripción de la región del Santa y Chimbote hemos recurrido a la transcripción literal de dos documentos fundamentales: el diario de viaje de Alexander von Humboldt (5) y el segundo tomo de la colección que sobre el Perú preparara Ernst W. Middendorf (6); también, a una síntesis de un documento que Edwin Schweigger preparó a pedido de la Compañía Administradora del Guano, en 1942, acerca de la Bahía de Chimbote (7).
Finalmente, se consultó la Enciclopedia Ilustrada del Perú, de Alberto Tauro del Pino (3) en búsqueda de referencias biográficas de los personajes que creemos más relevantes respecto a la divulgación científica de las características del mar y litoral peruanos: Humboldt, Middendorf, Schweigger, Buse, Torero; y Del Solar, para quien incluimos una nota biográfica de otras fuentes, las que aparecen indicadas en el texto. Por último, debemos informar que en muchos casos se cita directamente la fuente recogida de los textos de la Historia Marítima del Perú en los casos de citas textuales contenidas en ésta.
1. Sobre el orígen del hombre americano y peruano
La antigüedad de la presencia humana en América es un hecho que aun está en discusión. En cuanto a civilizaciones, en la era pre-cerámica se ubican las dataciones más antiguas de América (3,000 a 2,5000 antes de Cristo, según pruebas con carbono catorce); la dos más antiguas son geográficamente cercanas entre sí. Caral o Chupacigarro (53) se ubica en el valle de Supe, y está conformado por grandes edificios y construcciones de función diversa –ceremonial, administrativos y vivienda-. La otra civilización es la denominada Bandurria, sobre un área aproximada de 90 hectáreas, a aproximadamente 10 km al sur de la actual ciudad de Huacho, y cuya antiguedad está datada entre 5,500 y 6,000 años, y es por lo menos 500 años más antigua que Caral (54); ambas fueron descubiertas durante la década de 1970 (55), aunque inicialmente a Bandurria se le consideró un asentamiento sin mayor importancia y dependiente de Caral (53). Estas construcciones monumentales –Bandurria posee 9 pirámides- existían antes de que los egipcios contruyeran las suyas, y es una muestra de lo mucho que hay por estudiar –y redescubrir- en nuestro país.
La leyenda de León Pinelo
El origen del hombre americano presenta dos tesis, o posibilidades; la del origen foráneo o la del origen autóctono A la tesis del “origen foráneo de los americanos” de fray Gregorio García, opuso en el mismo siglo XVII la contraria del “autoctonismo” de Antonio de León Pinelo, erudito y precursor de Federico Ameghino (8), quien es autor de “El paraíso en el nuevo mundo”. Para él, aunque sin base científica, en América estuvo el paraíso terrenal (9). León supera cualquier dificultad práctica y geográfica para contarnos que: “el hombre nació en América del sur, que por algo tiene forma de corazón, y la habitó hasta el diluvio; Noé fabricó el arca con cedros y otras maderas fuertes en algún lugar entre los 12 y 15º de latitud sur sobre las faldas occidentales de los andes. El arca navegó 150 días de oriente a occidente –símbolo de la muerte- hasta llegar a las montañas de Armenia guiado por Dios y conducido por los ángeles.
Concordando los calendarios hebreos y julianos, para él el diluvio comenzó el domingo 28 de noviembre del año 1656 de la creación, y Noe abandonó el arca el domingo 27 de noviembre de 1657. Afirma que el arca salió de los andes al noveno día de iniciarse el diluvio, cruzó el pacífico, se inclinó al norte y entró al continente asiático entre Corea y China. Siguió por el lago de Cicun Hay, el río Ganges y encalló en el monte Naugracot. Así el mar peruano fue el primero en ser navegado llevando el vagaje fundamental de la naturaleza en sus 3 reinos: el de los hombres, el de los animales, y el de las plantas (10).
Siguiendo la tendencia bíblica de León Pinelo, aunque esta vez en sentido inverso, para Antonio de Ulloa (siglo XVIII) el poblamiento de América lo produjo Noe, al arribar a nuestras costas desde un lugar remoto (11).
Hombres blancos, griegos, atlánticos y polinésicos
El gran explorador, navegante y matemático que fue Pedro Sarmiento de Gamboa, al explicar el doblamiento de América, habla de los trashumantes griegos que llegaron a nueva España (México) y allí se radicaron. Para referirse al Perú dice: “En cuanto al poderosísimo reino del Perú, a él llegaron los atlánticos” (12, 13), de quien hace un encendido elogio respecto a sus capacidades marineras, y describe incluso el reino insular de la Atlántida, que es magnífico y superior a Atenas y Roma. Para Paul Rivet, Ales Hrdlicka, en cambio, el origen del hombre americano es la migración terrestre, no marina.
Thor Heyerdahl es uno de los pocos científicos que ha tenido la oportunidad de llevar sus hipótesis a los hechos, en este caso, a la demostración efectiva de que los antiguos peruanos pudieron perfectamente cruzar el océano en un sentido u otro y, por lo tanto, pudieron haber poblado la polinesia, así como en algún momento América pudo ser poblada por gentes que vinieron del mar (14). Así, Heyerdahl llegó a la polinesia habiendo zarpado desde el Perú a bordo de su embarcación ‘Kon Tiki’, similar estructuralmente a las que aun hoy en día se construyen en Perú, en 1947 (posteriormente Heyerdahl cruzaría el Atlántico a bordo de sus barcos Ra I y Ra II para reafirmar sus hipótesis de migraciones marinas). Abundando en más detalles, Heyerdahl sostiene que elementos blancos, caucásicos, en minoría en comparación a la entonces predominante raza moreno-amarilla pasaron por América y se radicaron en polinesia, desde el Perú, luego de haber llegado desde el norte, ya sea por tierra o por mar. Este grupo de hombres blancos en Perú cumplió un papel relevante que llegó como elite directriz y minoría activa y dominante, civilizadora e impulsora de cultura, pero luego desapareció. Se cree que se diluyó en la mezcla de razas, fue muerta o expulsada pero dejó restos elocuentes (15)
Alfredo Torero explica (53), desde el punto de vista de la lingüística, la compleja trama y sobreposición de los idiomas continentales: “La enorme diversidad lingüística a nivel de todo el continente se explica, en primer lugar, por la muy antigua presencia de seres humanos en América: más de treinta mil años atrás; es muy probable además que no hubiese habido una única entrada ‘originaria’ y que grupos con lenguas diferentes bordearan el océano Pacífico por Behring a pie o en embarcaciones, por espacio de milenios, hasta que el Nuevo Mundo se vió colmado en su capacidad de dar cabida y nutrir a las bandas pelolíticas que por entonces lo habitaban”. Torero no niega el tránsito de navegantes en uno u otro sentido a través del Pacífico, pero puntualiza que cualquier desplazamiento del oeste termina inevitablemente en América: “yendo al oriente, América es una barrera infranquable que clausura el gran océano del Polo Norte al Polo Sur, y se da con ella salvo la aparición de una isla. (56). De tal modo, reafirma Torero, las hipótesis de Paul Rivet y otros proveen una explicación suplementaria a la gran diversidad idiomática observada en América (57).
También las hipótesis de Heyerdahl obtienen soporte en los estudios lingüísticos; en los trabajos de Johanna Nichols (58), para quien, como resultado de sus estudios, afirma que los idiomas de América co-participan preferencialmente con los del sur y sureste asiáticos y Oceanía.
Finalmente, José Inbelloni tiene la teoría de que América fue poblada por dos vertientes principales, una amarillo-parda que entró por Behring y se esparció por todo el continente; y la otra blanca, barbada, de ascendencia caucasoide, que llegó por el atlántico partiendo del Atlas africano. Su piel era clara. De canarias saltó a América del Sur, cruzó el continente por su parte más ancha y difícil –el amazonas- para luego tramontar los andes y finalmente radicarse en el altiplano peruano. Entretanto, una rama de esta ola migratorio se radicó en el istmo. Esta raza fue al comienzo respetada por los pueblos e migración asiática, pero terminó sufriendo no obstante las muchas grandes obras que realizó y la nueva vida que intentó inculcar a los grupos sometidos, una terrible persecución. Estos caudillos blancos tuvieron que huir para evitar una masacre. De las altas tierras bajaron a los llanos de la costa y allí, con el enemigo a la espalda, tuvieron que prepararse para la aventura en el mar. No les quedaba otro camino. Construyeron una nutrida flota de balsas utilizando troncos de madera liviana que crece en las selvas ecuatorianas (palo de balsa) y terminados los preparativos se arriesgaron a la odisea. Esta gente cruzó el pacífico y, al cabo de una larga navegación, arribó a las primeras islas de la Polinesia oriental, acabando por establecerse allí (143).
2. Dioses, cultos y herejías
Viracochas
Heyerdahl repaldó parcialmente sus hipótesis en la existencia de deidades blancas entre varias culturas americanas. Según Buse (16), efectivamente los indios americanos no pudieron inventar a capricho la aparición de un Dios blanco y barbado, que es algo que se da en muchas regiones de América que en general no tuvieron mucha relación entre sí. Esos blancos fueron gestores de buenas doctrinas, civilizadores y de buenos hábitos, pero discute a Heyerdahl su teoría de que los pueblos americanos provienen de un mismo tronco que tuvo la posterior influencia de una etnia blanca, por carecer de sustento científico; para mayores detalles Buse hace referencia a las marcadas diferencias fisonómicas y corporales que existen entre nuestras numerosas razas..
La Leyenda de los Dioses Blancos o Viracochas fue expuesta y discutida por el polígrafo español don Marcos Jiménez de la Espada en el tercer congreso internacional de americanistas de Bruselas en 1879 (17). Según Jiménez, en el siglo XVI los cronistas (Gracilazo, Cieza, Calancha y Betanzos) e historiadores recogieron la versión de la llegada anterior de los Viracochas (término que adquirió luego una connotación de tipo religioso), luego considerados dioses, que eran blancos, barbados, de andar ceremonioso, postura solemne y gestos elegantes, de túnicas talares; por similitud los indios del siglo XVI llamaron también (tal vez no de manera general) a los nuevos visitantes como Viracochas. Según Buse (18), Jiménez niega la leyenda y en cierto modo la denigra por cuanto la vincula a la discutidísima presencia evangelizadora del apóstol Santo Tomás (el de la duda en la resurrección de Jesús; 19) e incluso duda de la existencia de ceramios que representan fisonomías ajenas a las aborígenes peruanas. Finalmente, Jiménez sostiene que no niega la hipótesis del arribo por mar, sino del origen de estos hombres, que –dijo- han debido ser menos oscuros que los aborígenes, aunque de una cultura superior. Sin embargo, en el Museo Amano y en el de Larco Herrera existen ceramios que representan muy claramente los rasgos característicos de negros, chinos y blancos, lo que prueba que, ya sea los incas o las culturas predecesoras tuvieron contactos con muy diversas culturas.
Las coincidencias de los mitos o leyendas nativas, con los relatos bíblicos son en algunos casos asombrosos. Buse (20) refiere que los historiadores españoles de los primeros tiempos como Cobo y Sarmiento de Gamboa recogieron versiones de diluvios y fenómenos concomitantes de subida del nivel del mar. “todos murieron y solo unos se salvaron para refundar el mundo”. Sarmiento de Gamboa es más específico y dice “subió el nivel en tal medida que se tragó la tierra y muchos hombre perecieron”. Sarmiento también recoge relatos más completos acerca de “que de que en un principio era un dios único –Viracocha- que creó un mundo oscuro sin sol, luna ni estrellas; después creo hombres gigantes a quienes decidió aniquilar, y luego creo hombres a su semejanza que son los que viven ahora, pero lo hacían en la oscuridad; pero estos hombres no le obedecían y nació en ellos el vicio y la codicia y se rebelaron; Viracocha los confundió y maldijo, y se convirtieron en piedras, a otros se los tragó el mar que salió a devorarlo todo, y sólo se salvaron los hermanos Ataraopagui y Cusicayo pues se refugiaron en el cerro Guasano en Quito, país de los indios cañares, quienes repoblaron el mundo con dos doncellas que Viracocha creó para ellos y luego les dio el sol, la luna y las estrellas”. Hay relatos similares, no iguales, recogidos por Juan de Velasco (que cita esta leyenda, pero la ubica en el lago Titicaca) o de Melchor de Oviedo, quien relata que ante el diluvio y la crecida del mar solo se salvaron los que habitaban las tierras altas.
La Diosa-Ave
Rebeca Carrión Cachot fue discípula de Tello y Directora del Museo Nacional de Arqueología y Antropología, y fue quien descubrió en 1953 (22) la existencia de un mito de toda la costa norte del que es personaje principal “una deidad ornitomorfa, humanizada, y de rasgos claramente femeninos”. El hallazgo lo hizo examinando obras de arte provenientes de Manabí (Ecuador) a Pachacamac, subrayando que toda esa región tuvo, al menos durante un tiempo, una total unidad cultural. El mito cubrió sobre todo la región Chimú: en su cerámica, textiles, piedras, orfebrería está muchas veces presente dicha deidad. Carrión dice “el mito que exalta a esta deidad debe rememorar algún acontecimiento de orden climático (23) de honda repercusión que implicó la llegada de gentes extrañas, tal vez ecuatorianas o chibchas, o tal vez el caudillo Naylamp (24), y crea una dinastía que se prolonga hasta los fundadores de la ciudad de Chan Chan”. Esta inmigración significó también la introducción de piezas que fueron muy apreciadas en lo comercial y en lo artístico: la concha Spondylus, también las madreperlas etc, que no son especies peruanas. En el mito, la deidad femenina emerge de unas conchas –que representan- un espíritu protector que habitaba en las islas del litoral, y de allí su relación con las aves y la fertilidad inducida por el guano; por ello en las islas habían adoratorios espléndidos y mucho personal dedicado al culto (25).
Por Xerez sabemos (25) que Pizarro visitó un adoratorio como ese en la isla de La Plata frente a Manabí (Ecuador), donde contempló una deidad femenina con un niño en brazos. Carrión afirma que este hecho está efectivamente relacionado con la deidad femenina-ornitomorfa. Otros cronistas, además de Uhle y Tello trabajaron en los adoratorios que existieron en las islas para desentrañar otros mitos relacionadas con la caza del lobo marino y otros animales de la fauna marina. Ellos nos cuentan que “las almas iban a las islas a gozar del reposo eterno, conducidas por lobos marinos o perros alcos a través de puentes finísimos de cabellos humanos trenados”.
La magia del guano
El uso del guano también revestía una condición mística; en términos religiosos el guano significaba magia, porque era capaz de hacer producir a los campos y le daba vida a la tierra. Era lógico entonces que existiera un extendido culto al guano, que por producir vida tenía que de algún modo estar relacionado con el erotismo y la prácticas sexuales (26). Para Buse, en la raíz de ese culto se ubicaba una apremiante necesidad económica, que es la de favorecer la agricultura con un buen abono; y existía todo un ceremonial religioso fundamentado en la magia y en la economía. En el culto al guano se dan entonces la mano la tierra y el mar, y las celebraciones implicaban la ingesta de chicha, la concesión de ofrendas etc (26).
Erotismo y fertilidad
Según Buse (28), en las regiones cercanas a la costa, sobre los valles, se realizaba la fiesta llamada “Acataymita”, que duraba 6 días con sus noches. Esta fiesta se prolongó hasta la época colonial a juzgar por la enérgica censura del arzobispo Pedro de Villagomez en sus Exortaciones e Instrucción acerca de la Idolatría de los Indios. Un testimonio de la época cuenta que durante las celebraciones “júntanse hombres y mujeres en una placeta, desnudos en cueros y desde allí corren a un cerro muy grande trecho, y con la mujer que alcanzan en la carrera tienen acceso”. Para Tschudi, este aparente desenfreno tenía un profundo significado religioso, y sostiene que Acataymita significaría “tiempo para realizar el coito apresuradamente”. Buse cita que algo parecido dice Tello, quien menciona el caso de la isla Mazorca, en Huacho, donde se adoraba a Waman Kantax, uno de los más celebrados dioses Chimús, en una fiesta llamada “Akatay Mita” (esto último según cita Tello al padre Calancha; 27), que en el idioma local significa “reabone de las tierras” o “vuelta del guano”. Buse dice que Tello restó importancia a los actos eróticos y los consideró secundarios dentro de la idea matriz de la fiesta, “pero parece que la frecuencia con que las representaciones de la fiesta aparece en vasos mochicas, donde hombre y mujeres aparecen entregados al placer erótico justificaron las preocupaciones del arzobispo” (29).
Tierra de muertos
El arqueólogo alemán Heinrich Ubbelohde-Doering fue el primero en sostener que la franja costera a lo largo del mar era el país o la tierra de los muertos, y que tuvo esa condición mientras se desarrollaban los primeros 1,000 años de la era cristiana (30). Ante esto nos preguntamos si no tendrá ello relación con el posible cataclismo que convirtió en frías las hasta entonces cálidas aguas, y en eriazas las tierras hasta entonces plenas de vegetación; Schweiggger postuló una teoría en ese sentido (31). Según David Fields, especialista en paleoceanografía (32). Para Ubbelohde-Doering “el desierto costero peruano fue ante todo un país de difuntos y de dioses en cuya tranquila soledad los pueblos de la sierra dispusieron las fosas para sus muertos y donde levantaron pirámides y terrazas escalonadas para aquellos de sus dioses que estaban relacionados con el mar” (33). Para este científico alemán, este hecho no debe ser tomado de manera absoluta, porque evidentemente existieron durante ese primer milenio algunos lugares de población importante, como Nazca, no necesarimente ligada al culto fúnebre. Para Buse los centros poblados costeros no eran geográficamente autónomos ya que sin duda florecieron ligados a la sierra; así Nasca habría tenido dependencia –hipotética- de Tiahuanaco. Ubbelohde-Doering refuerza su teoría con el ejemplo de Paracas, cuyos entierros son de origen serrano y se basa para ello en las evidencia de sacrificio de llamas, ritual que era parte del cortejo que se iniciaba en la sierra y descendía al mar.
Ubbelohde-Doering cita también el ejemplo mochica, que habría dependido de las culturas del alto chicama, en donde se hallan numerosos restos de llamas en las tumbas; y la llama no es un animal costeño (34); según el científico alemán, se enterraban los muertos en la costa porque se le consideraba una tierra mágica, de difuntos que se transfiguraban en un nuevo ser (35). No deja de ser curioso el hecho de que no se asocie más bien con la abundancia de vida en el mar la costumbre de enterrar a los muertos cerca del mar.
Ubbelohde-Doering relata que esos 1,000 años fueron interrumpidos por la llegada de foráneos –posiblemente Naylamp, el extraño rey- que se establecieron en la costa norte donde construyeron mansiones, y dieron a las culturas costeñas dos componente: los del este o serranos, más numerosos y antiguos; y los del oeste o marinos. En lo cualitativo dice que sin los que vinieron del mar la civilización costera no habría sido lo que fue (36). Así pone el alemán énfasis en el origen serrano de las culturas peruanas, salvo la influencia de Naylmap, y sus estilos artísticos. Con ello se fortalece la hipótesis andina de Tello –descubridor de Paracas- quien es el autor de la definición de que “la costa es el país de los muertos y de los dioses, tierra sagrada, de culto, que le da una significación especialísima a esta región, dentro de un concepto mágico-religioso del mundo” (37).
Guamán Poma de Ayala fue el primer cronista en recoger la adjetivación de “país de los muertos”. Guamán contó que “los muertos eran destripados y descarnados, y lo que se enterraba eran los huesos” (sin duda vez exageró, y se refería en realidad a la costumbre de momificar, lo que implica “destripar”); dice que esto ocurría “porque se creía entre los serranos que en la orilla estaba el límite del mundo, y por lo tanto el lugar para los muertos donde se les enterraba con magnífico ajuar” (38). Disselhoff (39) y Carrión (40) se oponen sin embargo a la teoría general del “país de muerte”, porque citan que los centros de culto y cementerios podían efectivamente estar cercanos a lugares poblados muy activos como Ancón (41).
Existe una leyenda relatada por Abraham Valdelomar, fundador del grupo Colónida, la cual está también basada en la idea de que la costa es tierra de muertos. Este relato de 1921 lleva por título “Camino al Sol”, y figura entre los cuentos incaicos de su libro titulado “Los Hijos del Sol” (42). De manera resumida, el relato es el siguiente según lo describe Buse (43): “Los chasquis anuncian a los quechuas la llegada de los hijos de Supay, los extranjeros; entre lamentos y sollozos el curaca anuncia la destrucción del imperio. El Tucuiricuc dice que ya no tenemos Inca y hay que buscar el amparo del (Dios) Sol, los enemigos llegarán pronto; preparad vuestras menesteres y esperad las instrucciones del curaca; abandonan la tierra amada del linaje y los remotos antepasados, para ir donde el Sol va todas las tardes; vamos donde el Sol, él nos recibirá en sus mansiones; ¿ y quién conoce el camino para llegar al Sol ?; el sol está detrás de las montañas, más allá de las punas, donde existe un gran río sin orillas, y así se ponen en marcha ‘hacia el remoto país ignorado’; días y días de marcha, todo lo abandonan por ir en pos del Sol, y al fin se escuchó el grito esperanzador ¡ ‘cocha, cocha, cocha’ ! (44); y pudieron contemplar lo que no imaginaban: un lago enorme, una laguna sin orillas suavemente azul, la Casa del Sol, donde éste se acostaba todas las tardes; pero el entusiasmo inicial se deshizo al preguntarse ¿ cómo harán para llegar donde está el Sol ? ; decidieron que el Sol, padre bondadoso, no los abandonaría y se pusieron a esperar; consumieron sus alimentos y gastaron su paciencia y entonces los quechuas se sintieron en el desamparo, abandonados por el Sol, su gran padre, y dudaron de él, e incluso pensaron que tal vez el dios de sus enemigos era más poderoso; decidieron, hombres, mujeres, niños y ancianos , allí mismo, a la orilla del mar y frente al palacio del Sol que no podían alcanzar, darse muerte unos a otros y enterrarse, y al final quedó una pareja; ella bebió un veneno de un cántaro y fue enterrada por él, y éste se hundió en las olas atraído por una luz misteriosa”.
3. Embarcaciones y travesías
“Si querés saber orar, aprended a navegar”
Gonzalo Fernández de Oviedo; Siglo XVI
Gigantes
Según relata Buse (45) hay un conjunto de leyendas sobre hombres enorme, gigantes deformes, crueles, antropófagos que sembraron destrucción y muerte. Estos relatos aparecen repetidos a lo largo de toda la costa, pero lo que tienen entre sí en común es que éstos vinieron por mar y realizaron construcciones soberbias, “pero sus pecados les atrajo el fuego del cielo que los abrasó” (46).
A manera de breve paréntesis, es interesante hacer notar que Buse propone (47) que Bernabé Cobo puede ser considerado el padre de la teoría de la fosilización, pues explica con mucha certeza el proceso por el cual los restos óseos se petrifican o mineralizan. Esto vino a que alguien le mostró una muela del tamaño de una mano, y negó que fuera de un gigante sino mucho más antigua.
Gentes de alcurnia
Para Buse (48), así como el mito de los gigantes es algo terrible, la llegada de Naylamp es algo hermoso, porque llegó en una barca dorada con numeroso séquito de príncipes y gentes de alcurnia para posesionarse de territorios y fundar un reino que con el tiempo haría historia. Hay un relato del padre Miguel Cabello de Balboa (49): cuando el buen rey murió, sus hijos enterraron su cuerpo en la misma habitación y difundieron la noticia de que éste había cobrado alas y volado. Tanta pena provocó esto que todos se marcharon a buscarlo, y solo se quedaron en el lugar los que habían nacido allí. Naylamp tuvo buenos descendientes por varias generaciones.
También relata Buse (50) que Enrique Brunning recogió de los pescadores lambayecanos lo siguiente: Ante una sequía que amenazaba a los hombres, Naylamp se avino a someterse al rito de sumergirse en las aguas de la actual caleta de San José para confesar sus pecados e implorar piedad ante un sacerdote y no exponer a sus hombres a la cólera de los dioses, luego de lo cual empezaron las lluvias y se apagó la sed de las gentes, brotaron las simientes y revivieron los animales.
Naves y navegaciones
La navegación la aprendieron los hombres por la necesidad de pescar, que era algo que al comienzo era muy primitivo; empezaron por asirse a un madero y así progresaron (51). Siendo incipiente, este fue sin embargo un paso decisivo en la historia de los pueblos ribereños, y, en general de la humanidad, como fue el descubrimiento de cómo hacer fuego. Para Buse, así comenzó la historia de la navegación (52).
La realidad de la capacidad marinera Inca fue recogida desde el primer momento por los españoles (60). Bartolomé Ruiz, piloto de Francisco Pizarro abordó una balsa construida con troncos que navegaba con mucha tripulación dedicada al comercio: conchas, cerámica, artículos de metal y tejidos. Para él la nave era “grande que de lejos parecía una carabela y tenía vela; el navío parece tener cabida hasta para 30 toneles; era hecho por el plan y quillas de unas cañas tan gruesas como postes ligadas con sogas; tenía sus mástiles y antenas de muy fina madera y velas de algodón del mismo talle, de la misma manera que nuestros navíos, y muy buena jarcia del dicho enequen, que es como cáñamo y unas potalas por anclas a manera de muela de barbero” (59).
Lamentablemente, el arte de construir embarcaciones, al estilo antiguo, con caña de Guayaquil, madera de balsa y totora se perdió durante la colonia aunque las poblaciones ribereñas continuaron construyendo embarcaciones, pero al estilo español y bajo su atenta vigilancia. El tipo antiguo de naves son sin embargo construidas –aun- por los Uros del lago Titicaca, de modo que la expresión más común de embarcación típica, marina, son los ‘Caballitos de Totora’. Según Buse (61) la información de los cronistas, y la observación de los ceramios –especialmente mochicas- permiten afirmar que los Caballitos de Totora, su uso y estilo de maniobrarlos son los mismos que hace 2,000 años; el sistema de construcción se han conservado en todos sus detalles desde las antigüedad (62).
Imbelloni observa que hay mucho en común en las balsas que aun hoy en día construyen los Uros en el Titicaca con las de los indios tagalog de las Filipinas y con las de los navegantes egipcios de la antigüedad; “se trata de aparatos construidos atando unos con otros los tallos de plantas lacustres muy afines –la totora en Perú, el papiro en Egipto y el bambú en filipinas-; su velamen además es preparado y aprovechado de manera idéntica” (63). Rivero (64) dice que el detalle común en la estructura necesariamente conduce a pensar en un proceso de difusión del conocimiento náutico, con contactos sobre un gran área geográfica, y que es digno de notarse que las velas de totora de que hacen uso los indios en el lago Titicaca, y el modo de llevarlas, eran idénticos a los sistemas que se ven sobre el sepulcro de Ramsés III en Tebas (65).
Pericot y García (66) defiende las teoría de amplios contactos marítimos de Heyerdahl, las que fueron negadas por muchos. Heyerdahl demostró que las balsas son excelentes barcos, que pueden llevar mucha gente y provisiones, y, por si hace falta, hay una abundante fauna que puede proveer sustento a los viajeros a lo largo de cualquier ruta. Paul Rivet apoyó la teoría, destacando la usual tranquilidad de las aguas del pacífico, y la valentía, atrevimiento y cualidades marineras de los antiguos peruanos -aunque esto no prueba el lado de la teoría de Tor que dice que la polinesia fue poblada por los antiguos peruanos- (67). Esta sentencia de Rivet es consagratoria y hace justicia a una virtud peruana largamente negada (68).
Dice al respecto Thor Heyerdahl (69): “con la capacidad de navegar a favor del viento y contra él, en sus espaciosas balsas de troncos, mediante la invención pre-inca de la navegación a guara, las primeras altas culturas peruanas estaban muy adelantadas en asuntos de navegación marina; por lo tanto se hace necesario una valoración completamente nueva de las artes marineras de los antiguos peruanos; las altas culturas peruanas, con su dominio de la navegación contra el viento, estaban muy adelantadas en asuntos de navegación marítima; entre las naciones del antiguo Perú habían alguna que eran de mentalidad marítima más que terrestre y que fundaron su existencia sobre una larga y sólida tradición marítima en la costa noroeste de Sudamérica; el Perú costeño en épocas pre-históricas no estaba habitado por una nación agrícola, atada exclusivamente a la tierra, sino por gentes cuyas culturas, a través de generaciones sucesivas, estaban también basadas, en parte apreciable, en una economía marítima, con pesca y comercio de cabotaje (70).
Buse (71) propone como conveniente el saber que existieron detractores de estas teorías. El más notable fue Paul Kosok, para quien el mar no fue sino fuente de alimentos dependiente de una tecnología elemental; se basa para ello en la existencia –ya en la época mochica- de un conjunto de caminos costeros que harían que ver que el mar no interesaba como elemento de cabotaje o vehículo militar (72). Por supuesto, Kosok no puede ser tomado en serio porque deliberadamente ignora los testimonios históricos de las expediciones de Pachacútec, Túpac Inca Yupanqui y Huaina Cápac, y la expansión del incanato hacia el norte teniendo al mar como vehículo de conquista de la costa norta, la Isla Puná y el Golfo de Guayaquil. También el testimonio ceramográfico señala a los mochicas de los primeros siglos de la era moderna como dueños de grandes embarcaciones de dos cubiertas (71), en las que portaban prisioneros y carga variada, indicativa de operaciones navales. Otro que niega la cualidad marítima es Cobo a pesar de ser tan meticuloso y certero en otros asuntos (71).
Para culminar con este tema, relatamos que hay un testimonio de Juan de Sámano que describe el encuentro del piloto Bartolomé Ruiz –al servicio de Pizarro- que se topó con una balsa de tumbecinos por el cabo Galera. El relato dice que la balsa era brande, de troncos fuertes y vela cuadrada que de lejos parecía una galera, lo que fue causa de estupor para los españoles (73).
Piedras preciosas
Según describe Buse (74), las conchas coloradas de los mares tropicales y esmeraldas del Ecuador y Colombia tenían entre los peruanos antiguos más aprecio que por el oro o la plata. Según él, el General Cápac Yupanqui, hermano del Inca Pachacútec, conquistó el reino de Chimo Chipac, que era aliado de Guzmango Cápac, rey de Cajamarca, y obtuvo un botín el reino Chimú consistente “en innumerables riquezas de oro y plata y otras cosas preciosas, como piedras y conchas coloradas, questos naturales estimaban más que la plata ni el oro (75). Uhle también encuentra –conchas spondylus principalmente- como moneda de cambio y elemento decorativo desde Mexico a Perú proto-chimú (76).
4. La pesca
Eximios Pescadores
Para Buse (77), los cronistas del descubrimiento y conquista española dejaron encendidos elogios sobre la dedicación y excepcional habilidad de los indios costeños del Perú respecto a la pesca, y los declararon únicos en el mundo, o entre los mejores, por su habilidad para coger el pez, ya sea con la red o con el anzuelo, unas veces desde la embarcación primitiva, otras desde los promontorios y tormelleras de la costa. Gutiérrez de Santa Clara resalta la riqueza y variedad biológica del mar peruano, además de los métodos de pesca, como el de ‘La Pesca Real’, en la que “toman grandísima cantidad de pescados, que después se los llevan a sus casas, de que se podrían cargar dos navío del pescado” (78).
También Tello hace un relato del sustento, fundamentalmente marino de las poblaciones costeras: “los antiguos habitantes de las riberas del Pacífico vivían principalmente de los productos marinos, de peces y moluscos; el hombre vivió en grandes sociedades cerca de las bahías y en los sitios de mayor abundancia de seres marinos, y extrajo del mar los productos suficientes no solo para satisfacer sus necesidades sino para conservarlos y cambiarlos con otros de las poblaciones de altura” (80).
Las lenguas pescadoras
La monumental confusión de lenguas que encontraron los españoles, los indujo a emprender medidas coercitivas para facilitar la conquista. Torero relata este hecho de la siguiente manera: “desde los primeros documentos escritos se percibe el desconcierto de los conquistadores españoles ante la diversidad idiomática que tenían que enfrentar en América, lo cual explican su afan por capturar nativos casi en cada isla del Caribe y cada legua de tierra firme para hacerles aprender el castellano y convertirlos en intérpretes” (81).
Torero revela también una habilidad lingüística insospechada, además de profundo sentimiento de arraigo: “aun hoy en día los pobladores de una caleta o puerto suelen conocer mejor a sus vecinos litoraleños que a sus prójimos de tierra adentro; por su mayor movilidad geográfica y contactos entre grupos étnicos diversos en sus oficios de pescadores o transportistas, solieron en el pasado ser políglotas y hacedores de lenguas francas; no es de extrañar, por esto, que varios de los documentos que hemos consultado digan de la gente de algún sitio del litoral que habla ‘las lenguas pescadoras’, en plural” (82). También nos dice que “con estas destrezas y movilidad, los hombres de mar propendieron casi naturalmente a efectuar migraciones en busca de ubicaciones mejores y a realizar actividades de comercio o pillaje, guerras y conquistas” (92).
Frailes españoles como el dominico fray Reginaldo de Lizárraga y el agustino Antonio de la Calancha, quienes durante el siglo XVI cumplieron una labor de cronistas, que incluyó el recojo de información de campo sobre idiomas aborígenes. De Torero (179) presentamos un ejemplo de la diversidad de vocablos para lo que conocemos como “mar”; el listado que mostramos a continuación ha sido recogido de un “Plan que contiene 43 vozes Castellanas traducidas á las ócho lenguas que hablan los Yndios de la costa, Sierras y Montañas del Obispado de Trugillo del Perú” (180):
Lengua Castellana : Mar
Lengua Quechua : Mama-ccocha
Lengua Yunga : Ñi
Lengua de Sechura : Roro
Lengua de Colán : Amun
Lengua de Catacaos : Amaun
Lengua de Huamachuco : Quidá
Lengua de Huaylas : Lapomcachi
Lengua Cholón : Socotlol
De esta complejidad idiomática que hallaron los españoles se puede entender su esfuerzo por imponer el idioma castellano, pues la evangelización ha debido ser tremendamente complicada, y múltiples las resistencias y complicaciones al pretender imponer idioma, religión y costumbres (181).
También de Torero (182) presentamos la figura a la izquierda que presenta la influencia geográfica de las ‘lenguas pescadoras’ de la costa norte durante los siglos XVI y XVII. De norte a sur tenemos la lengua de Colán y Paita o ‘Tallán’; la de Piura y Catacaos también ‘Tallán’; la de Sechura; la de Olmos; la de la actual Región Lambayeque o ‘Mochica’; la de la actual Región La Libertad o ‘Quingnam’. Según indica la figura, esta es una clasificación hecha por Torero en 1974 (183) y actualizada en 2002 (182), que incluye lenguas altoandinas como el Den (serranía de Lambayeque y La Libertad) y el Culle (serranias de Ancash y La Libertad). Estas dos últimas lenguas han sido adaptadas al quechua a lo largo de los siglos, pero las restantes han prácticamente desaparecido ante la influencia del castellano costeño.
Los estudios de Torero (1) han permitido desentrañar la estructura idiomática básica e influencias geográficas de las principales lenguas nativas del Perú hasta aproximadamente 500 años después de Cristo (184). La figura a la izquierda (185) nos muestra las áreas toponímicas de los principales idiomas pre-incas; además de las ya mencionadas nótese la existencia de idiomas también ya extinguidos o absorbidos por el quechua tales como el Puquina y el Arú, además de otro como el Cholón y el Arahuaco.
La especialidad económica de la pesca
Si bien las culturas costeras fueron básicamente pescadoras, tal vez con los Incas se inicia un período de racionalidad en la actividad pesquera que era menos abundante en la región litoral (sur) que controlaban antes de su victoria sobre los reinos Chincha y Chimú, naciones éstas que sostuvieron entre sí relaciones belicosas. Buse (83) sostiene que se utilizaron grandes rocas para delimitar las zonas agrícolas y pesqueras, sobre todo para evitar que nadie adujera que no había visto estos límites. Según Murua “Topa Inga Yupanqui fue el que de nuevo amojonó toda la tierra con grande orden… puso límites en las chácaras y montes y todo género de minas… puso grandes peñas para que no se quebrantacen ni entrasen los unos en los términos de los otros a cazar ni pescar, ni en las minas ni en las islas, sino fuese con licencia especial del Inga” (84).
Continúa Buse (85, 87) describiendo que también durante el imperio, la intervención del Estado en la industria pesquera y en la actividad extractiva de los pueblos del litoral llegó al extremo de ordenar el traslado, como en el sistema de los mitimaes, de grandes grupos de especialistas en la pesca de una región a otra, incluyendo el interior del país (de la costa a los ríos y lagos de la sierra), no se sabe si como castigo o para dispersar a los rebeldes, o para aleccionar con el ejemplo a los pueblos atrasados en el arte de la pesca, de suyo tan importante. “Así, todavía pueden reconocerse vestigios de los chimúes trasladados a los márgenes del río marañón, en los que algunas comunidades se distinguían por el uso de la lengua mochica (86).
El oficio de pescador
Desde antiguo, como actividad riesgosa, la pesca exige destreza, fortaleza física, valentía y resistencia a la fatiga y condiciones del medio (88). Puede decirse que los pescadores integraban un gremio en una de las especialidades más importantes de los hombres de la costa. “El oficio de pescador destacaba en el cuadro general de los oficios, y su nombre en el idioma aborigen era “challhua-camayoc” “(89). Según Rómulo Cúneo “chaullacamayos” (90), y los que salaban el pescado se les llamaba “runa cuna” (91). Según la organización imperial, todos los hombres dedicados a la pesca estaban bajo el control de los funcionarios regionales, quienes los agrupaban, registraban y controlaban en sus labores con gran celo (87).
Sistemas de pesca
Los antiguos pescadores peruanos crearon ingeniosos sistemas de pesca. A los más populares como los de línea-anzuelo, atarraya, tridente, cerco con dos botes, arpón y chinchorro (93). Sin embargo, también recurrieron a la vedada técnica de envenenamiento, ya que en ocasiones a los peces “se les embriagaba con barbasco en aguas estancadas para cazarlos más fácilmente, ya sea a mano o con arpones, y es que su supone que al ingerir la yerba el pez se adormece” (94).
En cuanto a la pesca con redes, ésta se hacía individualmente o por grupos, siendo muy extendido el uso de una red que era tendida sobre un área y luego halada de sus extremos por dos o más embarcaciones hasta unir sus extremos (95, 96). También existió la pesca de arrastre ejercida desde dos botes hacia la playa, donde eran apoyados por pescadores a pie (97, 98). También conocieron que los peces aprenden a evitar los artes de pesca por el contrate que su color presenta con el medio circundante, para lo cual solían teñir sus redes con el color predominante del mar (99).
Según Gutiérrez de Santa Clara (100), una modalidad de pesca muy extendida era conocida como “pesca real” que consistía en que un número grande de nadadores se adentraba en el mar y se alineaban cerrando una porción de playa y luego empezaban a causar gran ruido gritando y golpeando la superficie del mar, para ir acercándose a la orilla poco a poco, donde otros pescadores utilizaban sus redes para capturar los peces. Este tipo de pesca era efectivo pero no estaba exento de riesgos pues los hombres eran a menudo presa del ataque de tiburones u otras bestias, o bien se ahogaban por cansancio o la violencia del mar.
Al parecer, las ventajas de usar una caña de pescar era desconocida, o tal vez innecesaria por la abundancia de peces, o por la habilidad de los pescadores (101). En cambio el espinel (102) sí fue conocido y descrito por Jiménez Borja (103). También según Jiménez Borja (103), la pesca con arpón se ejercía sólo sobre peces grandes, y los arpones podían ser de madera, o de madera con cabeza de cobre; el arponero se prendía de la embarcación si el pez era grande y se dejaba arrastrar, a veces haciendo volar la nave o barca, hasta que el pez se cansaba o moría, que era cuando fácilmente el pescador recogía su presa.
Conocieron también las ventajas de la pesca con luces, según Gutiérrez de Santa Clara que nos relata: “otra manera hay de pesca más segura y sin peligro, y como ellos dicen caballerosa, y es que van de noche mucha cantidad de indios por la mar adelante en muchas balsas y llevan grandes luminarias y lumbres encendidas de tea o pino; y como estos van de esta manera encandilan los pescados que abobados y atónitos se paran a mirar la lumbre como cosa nunca vista por ellos y luego se vienen allegando a las balsas, y allí los arponenan y flechan, o los toman a mano y en esta forma toman grandísima cantidad de diversos pescados” (104).
Según Buse (106), otro tipo de pesca, que no por ser hoy muy común es menos espectacular, es la pesca con cormorán o guanay, ave que es amarrada desde un bote para conducir a donde se hallan los peces y puede bucear por períodos prolongados; el cormorán vuela por lo general a baja altura, y es una pesca bastante común, antigua y extendida en China; este tipo de pesca está representada en pinturas muy antiguas (105).
Tributo a la mar
Existió un rito sencillo e íntimo como el que hoy día muchos practicamos persignándonos cuando entramos al mar. Se llama “mayuchulla”, y es una breve ceremonia pescadora que consiste en beber un sorbo del agua de mar al iniciar la jornada “para que ésta sea buena y no se los lleve” (107). Por el peligro que implica el trabajo en el mar, los pescadores tienden a ser naturalmente supersticiosos, y la cultura costeña ha recogido estas supersticiones en danzas y celebraciones que implican canto, danza y bebida durante días (108).
Pese a los peligros que ello implica, entre los pescadores habían notables buceadores. Los cronistas no escatimaron palabras de elogio para ensalzar las cualidades que exhibían en el agua, “diestrísimos, seguros y valientes aun en las mareas más embravecidas”; y escritores como los viajeros del siglo XVIII expresaron igualmente su admiración por la facilidad no igualada por ningún europeo, para dominar las olas y sumergirse en las profundidades.
Arpones y ballenas
La caza de ballenas, e incluso orcas, fue una actividad común, aunque siempre arriesgada. Hay una descripción que hace Vásquez de Espinoza de los pescadores de Atacama, que se acercan a las ballenas “que duermen al mediodía con sus aletas abiertas y arponéanlas tan cerca del corazón como sea posible para de inmediato arrojarse al agua y alejarse de sus botes de odre para no ser impactados por los coletazos, aletazos y contorsiones de furia del animal herido de muerte”. Sigue con “viéndose herida (la ballena) se embravece dando grandes bramidos y golpea en el agua; sale mar afuera, pero poco a poco, cansada, se rinde para finalmente morir cerca de la playa más próxima” (110). El relato de Acosta (111) es parecido al anterior, minucioso y patético, pero agrega que “es maravilloso cómo gente tan flaca como los indios pueda tomar tanta habilidad y osadía para tomarse con la más fiera y disforme bestia de cuantas hay en el universo; y no solo pelear, sino vencer y triunfar tan gallardamente”. Hay un relato de Zárate (112), quien dice que las costas del Perú “son de grandes pesquerías y muchas ballenas”.
Estas observaciones son complementadas por Engel (113), que dice que “en los basurales se encuentran huesos de cachalotes, ballenas, delfines, orcas etc; no se sabe si los cazaban o cómo los cazaban, pero en los cortes arqueológicos nunca hemos encontrado hueso de delfines”, y esa ausencia parece ser terminante según Buse (114). Al decir que no se sabe cómo los cazaban podría entenderse, por la ausencia de relatos específicos, que el delfín era respetado, lo que no significa que no se aprovechase sus despojos si estos mamíferos morían naturalmente. Sin embargo, en la actualidad el consumo de delfín, a cuya preparación se le denomina “muchame” en el norte, se halla muy extendido, a pesar de la prohibición específica que existe.
Existen también referencias acerca de la importancia del lobo marino para la economía costera, ya que de éste se aprovechaba todo, incluyendo sus barbas para la limpieza de los dientes. Para Buse (115), el lobo era a los costeños lo que el chancho a los europeos. Gutiérrez de Santa Clara narra que unos buitres atacaban a los lobos y que también éstos, “que son de fea catadura se pelean con los tiburones” (108). Sin embargo, al menos en el estado actual de nuestros conocimientos, no es probable que esto haya sucedido, salvo lo de los tiburones; probablemente lo que Gutiérrez de Santa Clara observó fue que dichos “buitres” (alguna especie de ave marina desconocida para él) le disputaban a los lobos sus presas, no que los atacaran. Si hubiera existido un ave con semejante nivel de agresividad también el hombre hubiera sido su víctima.
Finalmente, Buse (116) manifiesta que los antiguos peruanos conocían también el uso de las nasas y las redes-trampas, que son artes de pesca destinados a encerrar a los peces atraídos por una carnada (nasas) o guiados por las corrientes marinas hacia un laberinto de estacas y redes de las que resulta muy difícil escapar (redes-trampa).
La antigua industria conservera
“La industria de la conservación del pescado estaba muy adelantada, y debe ser tenida tan antigua como la pesca misma” relata Tello (117), y debe ser cierto según Buse (118) porque de otro modo no se hubiera podido llevar el pescado a la sierra. Se conocían 4 métodos para conservar el pescado: salado, soasado, secado y ahumado.
En un mar con más de 700 especies diferentes de peces es muy fácil cometer errores de identificación, y mucho más en los tiempos de la conquista. Al describir las actividades de conservación del pescado, los cronistas como Cobos confunden las especies, tal vez, por el nombre que se le da a especies diferentes en Europa, ya que por ejemplo la descripción morfológica que hace del bagre no concuerda en lo absoluto con la realidad. Buse (119) no se percata de lo del bagre, pero sí se da cuenta de la confusión de Cobo cuando describe a las sardinas y anchovetas, confundiéndolas, ya que es con la anchoveta cuando se sembraba su cabeza con una semilla para que abonara la tierra y diera mejores frutos.
La anchoveta
Más allá de la verosimilitud de la ocurrencia de períodos cuando la anchoveta no estuvo en absoluto disponible en la costa peruana (32), todo indica que esta especie ha tenido una importancia económica vital en los pueblos de la costa. Schweiggger (7) se pregunta cuándo apareció la anchoveta en el Perú. Buse (120) expone que no hay guano fósil en la costa peruana, es decir que se requieren unos 5,000 años para que el guano fresco se vuelva fosfatado. Entonces, si no habían aves en la cantidad que registros posteriores atestiguan, quiere decir que en este mar no había anchoveta. Schweiggger hipotetizó que hace más de 5,000 años el clima costero era tropical, lluvioso. Buse dice “este estudio se limita a los períodos post-glaciales cuando apareció el hombre; es claro que hace millones de años Coquimbo era eriazo y Máncora era tropical, entonces los cambios climáticos en períodos geológicos no interesan en este caso”. También dice que la corriente fría debe haber aparecido en el plioceno, en tanto Schweiggger reconoce que falta sustento científico en su tesis, que los registros paleoceanográficos podrían hoy en día podrían apoyar o descartar la tesis, aunque Schweigger sostiene que ha habido un cambio que coincide con la desglaciación que pasó a ser aridez. Buse manifiesta que otros científicos como Engel y Cardich están de acuerdo con esto, pues no ha habido cambio climático importante en los últimos miles de años.
Es justo recordar aquí que, si bien Schweigger no fue el único científico que dedicó su vida a divulgar las bondades y características del mar peruano, definitivamente fue el más prolijo científico marino de la primera mitad del siglo XX, cuando la oceanografía y las ciencias pesqueras en general se hallaban en una fase embrionaria.
El guano
Dice el Inca Garcilaso: “el nombre Guano se ha de escribir Huano; porque como al pricipio dijimos, no tiene letra G aquella lengua general del Perú; quiere decir estiércol, y Huana es verbo y quiere decir escarmentar (121).
Buse (123) describió que Garcilaso se maravilla de la enorme cantidad de aves que habitaban las puntas, islas y acantilados de la costa, y de la manera cómo estas se procuran su alimento, como descansan (122).
Acerca de las propiedades del guano, Cobo dice “los indios son excelentes labradores, y con la larga experiencia habían alcanzado tanta inteligencia de la agricultura que nosotros los españoles hemos aprendido dellos todo el modo de sembrar y beneficiar… como es la manera de guanear o estercolar los sembrados (124). Varios cronistas e historiadores describieron la abundancia de guano en las islas diciendo de ellas que asemejaban cerros cubiertos de nieve por la blancura del manto (125).
Los antiguos gobernantes incas y pre-incas intuyeron sin duda la importancia de proteger a las aves, pues de ellas provenía el guano vital para su economía agrícola. Garcilaso, citado por Buse (126) dice “en tiempos de los reyes incas, había tanta vigilancia en guardar aquellas aves, que en tiempo de cría a nadie le era lícito entrar en aquellas islas, so pena de la vida, porque no las sombrase y echase de sus nidos. Tampoco era lícito matarlas en ningún momento dentro ni fuera de las islas so la misma pena”. La organización imperial asignó islas guaneras por regiones o provincias, y las unas no podían tomar el guano de las otras so pena de muerte (127).
5. El Arte de la región del Santa
Buse (128) explica que para las culturas costeñas se han definido alrededor de 20 estilos artísticos. Los que corresponden a la zona del Santa y áreas colindantes son los siguientes:
Virú: la cerámica de Virú es llamada por Larco como formativa o evolutiva -800 años antes de Cristo- y no presenta escenas de caza o pesca pero sí a peces y moluscos, lo que indica que la economía de ese pueblo se basó en parte en los productos del mar (129).
Chimbote: procede de este lugar una representación escultórica de un pulpo de extraordinaria calidad. Sin embargo, no está precisada su filiación estilística.
Casma: la alfarería del valle del Casma se presenta confusa, con diversos estilos, piezas con rasgos prestados y tipos miscelánicos que complican aun más el problema.
Iconografía
La iconografía mochica es no solo artísticamente notable, sino que evidentemente ha sido pensada para relatar sucesos o hechos sorprendentes, como por ejemplo el proceso evolutivo de un caracol que termina convertido en un dragón increíblemente parecido al de las tradiciones chinas. Las siguientes iconografías han sido tomadas de Buse (154):
Dragón conchado (ver la iconografía arriba): “muchas de las figuras, a fuer de ser manejadas, se transforman en manos del artista mochica. La rica imaginación de este pueblo prende en llamaradas. Así, un caracol marino desarrolla sus líneas, adquiere cola, lengua y garras hasta transformarse en un demonio que se agita dentro de su caracola y crece como levadura. Así se pueblan los cielos y la tierra de monstruos brillantes como las arenas del desierto” Arturo Jiménez Borja (130).
Representación del demonio-pez de vasos norteños. A la izquierda: el pez ostenta un apéndice como gancho, en la punta de la nariz. La cuerda de mano del tumi adopta la forma de una serpiente. En el escenarios inmediato se le asocian peces pequeños, un cangrejo y una estrella de mar serpentina. Brazo y pierna son humanos. La aleta caudal es enorme. (procedencia: Chimbote. Colección Macedo).
En las islas –dice Jiménez Borja- (130) “viven peces de airada belleza, de aletas y colas espinozas. Son los tranbollos, chitas, cabrillas, borrachos, chercas, peje-sapos, y peje-blancos. Tales peces parece que hubiesen sido comentados con singular complacencia por los decoradores mochicas”.
Hay demonios-peces –explica Kutscher- con atributos humanos y otros exclusivamente zoomorfos. Este de arriba (de un vaso de Chimbote, de la Colección Macedo) es predominantemente del segundo grupo, aunque muestra pierna y brazo humanos. Armado de un tumi para la lucha, tiene “grandes aletas triangulares de oscura cresta, dentelleda, hocico repleto de dientes, lengua y barbas… y dos largas espinas en el abdomen”. El primer y tercer dibujo, tomados de Gerdt Kutscher, (131). (Nota de los autores: esta figura-ícono es una anchoveta antropomorfa)
Los pueblos de la costa norte, como muchos otros, creían ver un animal en la luna. “Con gran probabilidad” –dice Kutscher- se trata de una variedad de la zorra, “en posición firme sobe la luna en creciente”. Ahora bien, elevadas puntas del creciente lunar hacen pensar en una barca, en forma de balsa de totora”, en cuyo interior se halla el animal imaginado. “la fantasia de los chimús, creadora de mitos –sostiene Ubbelohdde Doering- , veía en la media luna la imagen de una especie e balsa de totora, en la que el Dios-Luna y otros dioses-estrellas cruzaban el nocturno océano celeste”. En la mitología mochica, la luna se relaciona con el mar; es su símbolo. Generalmente, la figura de la luna aparece rodeada de otras figuras pequeñas, que simbolizan los cuerpos celestes, estrellas de diversa magnitud (132).
6. La consolidación del Imperio Inca
Pachacútec
La época más gloriosa del Imperio Inca comenzó con Pachacútec, que fue el noveno Inca (1430 A 1478), y fue el que consolidó la estructura geopolítica del Tahuantinsuyo. Para ello emprendió una serie de guerras de conquista que le permitieron, primero, dominar la sierra norte, que fue socorrida por los chimúes, y luego emprendió de sur a norte la conquista de los pueblos de la costa al norte de Paracas. Venció a los Chincha y luego a los Chimú, y luego tuvo éxito en Quito.
Valcarcel relata (134) que la lucha con los Chimú fue particularmente recia en los alrededores de Sancta, no lejos de la boca del río que baja Huaylas, donde con 30,000 hombres irrumpió el principe Tupac Yupanqui, jefe del ejercito imperial, el que estaba también conformado por gentes de Lunahuaná y Pachacamac, las que odiaban a los chimúes por los vejámenes fronterizos que decían haber sufrido. “mucho gentío le costó la victoria de los llanos a Topa Inga Yupanqui porque sus indios son más fuertes y hechos para más trabajo que los de las sierras, pero la multitud venció a la fuerza y la buena fortuna soltó la rienda de la prosperidad” (135).
La estrategia central de los Incas fue la de cortar los acueductos o canales de regadío, como observó Humboldt más de 3 siglos después. El reino Chimú ocupaba un territorio largo y despoblado en su mayor parte; sólo en los valles estaban las ciudades, y tanto la población de ellas como la de los campos dependía exclusivamente del agua de los ríos de procedencia andina. Buse (136) manifiesta que de este fenómeno geográfico derivamos esta consecuencia estratégica y política: quien se apodere de los valles centrales será dueño de todo, pues al cortar el agua obligará a las naciones de la costa a entregarse sin lucha (137). Las fuerzas incaicas que operaban en las alturas sincronizadamente con las del príncipe Túpac Yupanqui, descendieron a los valles medios y tomaron el control de los canales de regadío de los que dependía la vida de los pueblos establecidos en los valles bajos, cerca al mar. Este apoyo estratégico fue decisivo en la guerra y señaló el comienzo de la ruina para los costeños.
Durante el reinado de Túpac Inca Yupanqui se desarrollaron una serie de rebeliones, siendo la más importante la de los mismos chimúes, (en la guerra anterior, la vida de los principales jefe fue respetada por el Inca), cuyo señor era Chimo Cápac. Esta vez, Riva Agüero dice “al debelar la rebelión fue saqueada y destruida la ciudad de Chan Chan, capital del Gran Chimú, vasallo infiel” (139).
El príncipe aventurero
Buse (138) expone que en el sigo 16 Cabello de Balboa y Sarmiento de Gamboa recogieron en crónicas el hazañoso viaje de Tupac Inca Yupanqui a las misteriosas islas Ahua Chumbi y Nina Chumbi, que están localizadas, según Heyerdahl y Rivet, entre otros, en los vastos archipiélagos de Oceanía. Está probado que los antiguos peruanos dispusieron de medios apropiados de orden naval para realizar largos viajes por mar. La balsa de troncos y totora será una embarcación rústica pero segura y sobre todo marinera, capaz incluso de navegar a vela y no solo con las corrientes, e incluso con viento en contra gracias a un tablón de quilla u orza sumamente eficaz. Los polinesios en su época de apogeo fueron los mejores navegantes, capaces de cubrir 4 mil millas sin escalas pescando y descansando bajo el abrasador sol del pacífico, navegando de noche guiados por las estrellas, las nubes y el instinto como las aves migratorias.
Heyerdahl dice: “Un milenio antes de que Colón abriese las puertas de América, los exploradores incas habían abierto de par en par las puertas del Pacífico, visitando repetidas veces las remotas Islas Galápagos” (140). Heyerdahl comete un error, porque los incas fundaron su imperio en el siglo XII; sin duda pretendió en realidad referirse a las culturas costeñas más antiguas (141).
El Inca en la Polinesia
Paul Rivet dice que en la isla Mangareva “se conserva la tradición de un jefe llamado Tupa, un hombre rojo, que vino del este con una flota de embarcaciones de tipo no-polinesio en forma de balsas; todo evoca en esta tradición la expedición de Túpac Yupanqui” (142).
Heyerdahl (144), luego de reflexionar sobre el flujo constate de los alisios del oriente, escuchó a un viejo de Tahiti contar que : “Tiki era jefe y era Dios. El trajo a mis antepasados a estas islas donde ahora vivimos. Antes vivíamos en un gran país, al otro lado del mar”. Heyerdahl dice “en Perú vivió un pueblo desconocido que desapareció de pronto tiempo atrás. Ese pueblo dejó enormes estatuas de piedra que recuerdan a las encontradas en las Marquesas o en la isla de Pascua, y dejó grandes pirámides escalonadas como las de Tahití Samoa”; “los hombres blancos con barbas fueron atacados por un jefe llamado Cari, venido del Valle de Coquimbo… la raza rubia quedó aniquilada pero el propio Kon Tiki y sus adictos escaparon a la costa del pacífico….de donde desaparecieron en el mar, rumbo a occidente; éste es el mismo Tiki a quien veneran en Polinesia como el fundador de la raza”; “Después, por el año 1,100 de nuestra era, llegó otra invasión del noroeste, en grandes piraguas dobles, que se mezcló con la primera población llegada del Perú” .
¿ Fue la pesca el objetivo de la conquista Inca ?
Con la decadencia de la cultura Huari se produce un reagrupamiento de los pueblos de la costa, lo que determina un problema alimenticio grave: la tierra no da lo suficiente para que puedan vivir los pueblos de las confederaciones Chimú, Chancay y Chincha. Entonces cobra una inusitada importancia la pesca. Los pueblos de la costa se convierten, fundamentalmente, en pescadores, y nuevo núcleos urbanos comienzan a erigirse cerca al mar, de preferencia en los puertos que sirvan de abrigo a sus pequeñas embarcaciones (145).
Cieza, el gran viajero y meticuloso geógrafo, hizo en el siglo XVI una relación de las principales ciudades y/o comarcas ubicadas frente al mar: 20 en total, todos en el norte, aunque agrega unos de menor importancia –como Pisco-. Entre estos se encuentran Chao o Suo (Anchash), Chimbote (o Santa o Sancta), Nepeña o Guambacho, Casma y Huarmey (146).
De modo que la ‘recompensa’ era importante para los Incas. Con la conquista de la costa norte aseguraban el aislamiento de su núcleo geopolítico, y se hacían de una fuente muy importante de alimentos que tal vez escaseaban en la zona marítima del sur, controlada por ellos.
Uno de los capítulos de este libro presenta, entre otros, el fenómeno de los ciclos decadales “fríos” o “anchoveteros”, con los “cálidos” o “sardineros” (21); los ciclos “sardineros” no representan una alta disponibilidad de sardina cerca de la costa (155), y puede implicar desplazamientos de la zona de distribución hacia el norte ya sea de anchoveta como de sardina y otras especies (156). Si a esto agregamos que la distribución de las aves guaneras está naturalmente ‘amarrada’ a la de sus presas, y que la mayor parte de islas y puntas guaneras se hallan en el litoral al norte de los 14ºS, tenemos entonces que la pesca y el guano –por lo demás muy utilizado en la agricultura- bien pueden haber sido el motivo de las disputas de los Incas, con los Chincha primero, y con los Chimúes inmediatamente después.
Los Incas reconocían la superioridad marinera y pesquera de Chinchas y Chimúes (190), y consecuentemente aprendieron de ellos. Pachacútec reconoció la grandeza de los pueblos Chincha y Chimú y trató magnánimamente a los gobernantes y pueblos vencidos; fue generoso en la victoria, pero luego estas poblaciones se rebelaron y sufrieron un castigo terrible bajo el gobierno de Túpac Yupanqui.
7. Al inicio de la República
Mientras las tropas napoleónicas transitaban –casi- libremente por España los criollos de las ciudades costeñas peruanas han debido preguntarse con preocupación acerca de su futuro político. Desde ese momento se empieza a operarse para España un lento pero constante ostracismo geopolítico, que desembocó en la independencia americana y que incluso antes demandó concesiones, por ejemplo al imperio británico, para permitirle a éste la caza de ballenas, cuya esperma y grasa eran utilizadas para iluminar los hogares europeos. Además, otro detonante de la rebelión americana, al menos en el virreinato del Perú, fue la parsimonia con que se trataba el contrabando que dañaba las economías locales y que era también efectuada a gran escala bajo el manto de la actividad ballenera. Esta actividad, realizada a lo largo de un litoral amplio y desprotegido, llegó a cobrar visos de escándalo y demandó la protesta de patriotas como Unanue.
La caza de la ballena
Petersen y Mugica (147) relatan que en 1814 Hipólito Unanue, director del Colégio San Fernando (hoy facultad de medicina de San Marcos) reclamo al virrey Abascal que solicite al rey de España el atajo a los abusos de los pescadores ingleses que, a la sombra de un convenio entre España e Inglaterra de 1790 cazaba libremente ballenas en Perú y aprovechaba esto para realizar cuantiosos contrabando en lugares despoblados del litoral. Solo el comercio legal de ballenas en Perú le daba a los ingleses 9 millones de pesos fuertes al año, es decir, el doble de la producción de las minas de oro y plata del virreinato. Solicitaba Unanue protección al industrial y productor nacional. En 1819 la corona española aceptó la demanda, pero ya era demasiado tarde.
Intentos colonizadores
Durante las primeras décadas de la república ocurrieron hechos que demuestran la importancia de contar con una Marina de Guerra moderna y eficaz. Ramón Castilla, cuando coronel, nutrió su decisión de contar con una marina de guerra fuerte cuando viajaba en la corbeta peruana Libertad que trasladaba al vicepresidente Gutiérrez de la Fuente como parte de su séquito, y fue el barco interceptado por dos barcos de guerra extranjeros que exigían reparación y actuaban en represalia por las medidas tomadas contra la goleta Hidalgo (148).
Posteriormente dos barcos de guerra norteamericanos tomaron las islas Lobos de Afuera reinvindicándolas para su país debido a su riqueza en guano. La ausencia de agua en la isla, más el carácter aventurero de sus protagonistas -que no tenían un real respaldo político en su país- los derrotó sin que tuviera que intervenir la Marina peruana. Pero el hecho más grave fue sin duda la guerra con España de 1866, que se inició con la toma de las islas Chincha en 1865 por los españoles –siempre codiciando el guano-, pero que culminó con su derrota el 2 de mayo de 1966.
8. La región del Santa
En páginas anteriores se ha presentado la importancia que la región costera y marítima tenía para la economía de las culturas litorales pre-incas. Las evidencias de la importancia del guano y del consumo de especies marinas son múltiples e incluyen la cerámica y textiles de las culturas Mochica, Chimú, Nazca, Paracas etc. De la misma forma consta el culto divino que estas culturas ofrecían al mar en la forma de deidades ornitomorfas, pero también la de peces y otras extrañas criaturas estilizadas por la fecunda imaginación de las culturas antiguas.
La evidencia de la importancia de los recursos marinos en la alimentación está atestiguada por la abundancia de conchales (restos de cocina) a lo largo de la costa. Buse, (150), cita los principales sitios con conchales precerámicos de la costa peruana (menciona 29), uno de ellos en Nepeña: extensos basurales en Vesique y en el sitio llamado Los Chinos. Hay allí hay testimonios de varias fases de ocupación, extendidas sobre varios siglos, sin embargo Darwin y Raimondi, cometieron la equivocación de creer naturales los montículos de basura de cocina acumulados por el hombre durante siglos (150).
Santa María de la Parrilla
La hoy pequeña ciudad de Santa, al norte de Chimbote, tenía la denominación hispánica de Santa María de la Parrilla; con el tiempo el nombre del poblado se redujo a ‘Santa’ como en tantos otros lugares a lo largo de la costa. Santa Maria de la Parrilla estaba ubicada primigeniamente en las cercanías de la desembocadura del rio Santa, el cual le da su nombre. Entonces como ahora es un importante centro agrícola para la región a la cual también debe su nombre.
Santa María de la Parrilla fue fundada por el Virrey Andrés Hurtado de Mendoza. Lizárraga (157) hace la siguiente descripción: “en el valle del río Santa la ciudad se lenvantó junto al caudaloso río de este nombre”. Dice el padre Lizárraga que “a dieciocho leguas de la ciudad de Trujillo estaba el valle y puerto de Santa, nombre indio que se cristianizó con el de Santa María de la Parrilla”. Según Buse, el fraile afirma que la comarca era rica en toda clase de mantenimientos, especialmente en lo tocante a la caña de azúcar, por lo que habían surgido muchos trapiches en la zona. Explica que las tierras cultivables son todas de riego, pues los indios han sabido sacar grandes acequias del caudaloso Santa. Pero menciona que el mencionado río, aunque de agua buena para la sed, pocas veces se deja vadear, por lo que los indios inventaron desde muy antiguo unas bolsas de mates o calabazas que resultaban insuperables para el propósito buscado. No obstante quedar la desembocadura cerca del puerto, no era en su boca donde las aguas estaban más potables, razón por la cual la población se surtía del líquido elemento a través de una acequia derivada de la misma corriente fluvial alguna distancia más arriba (157).
El espionaje ha existido en todas las épocas de la humanidad. El Dr. José del Busto Duthurburu (158) da cuenta de las actividades de El Judío Anónimo de Lima, quien escribió (159): “Santa es una villa de españoles que no pasa de 60 casas, encontrándose también algunas de indios y rancherías de negros esclavos que cuidan los ganados y cultivan los cañaverales de azúcar sí como también campos de trigo; entre la villa y el río tiene un puerto hecho ensenada a modo de media luna, muy limpio y seguro y acomodado para entrar navíos”. Según Del Busto, su relato incita al desembarco.
El espía sefardí
Son bien conocidas las desdichas que –como otras etnias- ha debido enfrentar el pueblo hebreo desde la ocupación romana de Judea. A la destrucción de Jerusalén por los romanos siguió la diáspora que los dispersó principalmente por Europa, aunque siempre los mantuvo unidos su religión e historia. En Europa los períodos de asentamiento y progreso se alternaban con los de persecución y nuevas expulsiones. Habiéndose vistos privados, por lo general, de participar en actividades comerciales como la agricultura, desarrollaron en cambio un reconocido talento por las artes, ciencias y finanzas. Así, siguiendo a su expulsión de España durante el reinado de Isabel La Católica, un núcleo importante se afincó en Inglaterra, lo que a la larga y a juicio de la historia fue determinante para el inexorable debilitamiento hispano. Naturalmente, en aquello tiempos, quien no era enemiga de España era su enemiga, que salvo su frecuentemente tirante relación con Portugal, tenía en Holanda e Inglaterra dos adversarios formidables en el mar, y precisamente de allí provino la actividad pirata y corsaria auspiciada abierta o solapadamente por dichas potencias.
Como ocurre con toda raza, momento y lugar, en este caso una parte pequeña de los judíos expulsados se dedicó a actividades ilícitas. Por supuesto, una actividad de rapiña bien pensada tenía que basarse en el espionaje, habiéndose producido multitud de estos casos durante la colonia. Como se explicó en un párrafo anterior, existió un espía particularmente prolijo a la hora de consignar sus apuntes. De este se sabe únicamente que era judío sefardí (160).
Los judíos sefardíes (161) o también de «nación portuguesa» como se autodesignaron en Holanda y en otros países europeos, estaban al tanto de los diversos intentos de invadir la costa chilena y peruana, no sólo a través de su participación en la Compañía de las Indias Occidentales sino también gracias a diferentes informes secretos o confidenciales que viajeros judíos les entregaron al regresar a Amsterdam desde las colonias españolas y portuguesas de las Américas. En uno de estos informes, un manuscrito en Amsterdam alrededor de 1630 un judío anónimo describe la vida, la gente y las costumbres de Perú Colonial, del «Reyno de Chile», como también de las ciudades de Buenos Aires y Tucumán. Posiblemente residía ya en el Perú en 1605, puesto que menciona el terremoto que asoló el país en este año y todavía se encontraba en Lima en 1615, año del ataque de Spilbergen al puerto del Callao, hecho que también relata en su narración. Del manuscrito, redactado en Holanda y dirigido a los accionistas judíos de la «Compañía de las Indias», se desprende que trabajaba en Lima con uno de los muchos comerciantes cripto-judíos o «portugueses» ganando un salario de nueve mil reales al año y, además, aparentemente había contraído matrimonio en esta ciudad. En su relato también destaca la riqueza de la tierra y el estado del comercio en el Perú Colonial. Menciona, naturalmente, la actuación del Tribunal de la Inquisición que para él era «aborrecible», hablando en términos despectivos de la religión católica observada en aquel país. No cabe duda que este personaje anónimo actuaba al mismo tiempo de informante para las tropas holandesas, ya que se refiere a las ventajas que se podrían obtener mediante un desembarco en la costa peruana la cual, según él, se hallaba desguarnecida, defendida por escasas fuerzas. También menciona que los habitantes de aquellas tierras tenían poca destreza en el manejo de las armas y propone, al mismo tiempo, valerse de los esclavos negros como auxiliares en caso de una invasión armada, la cual debía, según su opinión, concentrarse en el valle de Pachacamac, ya que aquí haze la mar buena playa, cómodo para poder saltar gente en tierra, y de aquí a Lima ay cuatro leguas (162).
Chimbote
Chimbote es sin duda el principal puerto pequero del mundo si consideramos los volúmenes de desembarques de recursos pesqueros sin calcular su valor. Para ello ha sido esencial su condición de puerto muy seguro y abrigado. La erosión marina ha creado bahías profundas como la de chimbote y samanco; ambas originalmente formaron una sola unidad, pero en la actualidad están separadas por un espolón (o tombolo) de arena (163). De otro lado, las rocas que afloran en la zona costanera del departamento de Ancash están sujetas a un intenso intemperismo mecánico, lo que ha creado grandes pampas de arena, y la más notable es la que está entre el río Nepeña y Chimbote (164).
El único cronista que menciona a la bahía de Chimbote -conocida como Ferrol durante la primera parte de la colonia- y no para menospreciarlo precisamente, es Pedro Cieza de León, quien luego de ocuparse del de Santa escribe: “Más adelante, a la parte del sur, está un puerto cinco leguas de aquí, que se ha por nombre Ferrol, muy seguro, más no tiene agua ni leña” (165). Testimonios más modernos mencionan a Ferrol como bahía grande y tranquila con excelentes tenederos, estando protegida su boca por cuatro islitas que dejan otros tantos pasos. La bahía en cuestión tiene siete millas de largo por cinco de ancho, un par de buenos fondeaderos aunque embravecidos en invierno, y un depósito de guano en su parte meridional que ostenta el exótico nombre de El Dorado (166).
El sabio alemán don Augusto Weberbauer, respecto a la región del Santa, nos dice lo siguiente: El trecho limitado por el (río) Fortaleza en el sur y el Santa en el norte está cubierto de cerros casi enteramente. El borde del continente se presenta, desde los 10°30´, muy tortuoso y frecuentemente dividido en islotes. Este carácter se acentúa más y más, conforme vamos acercándonos al (río) Santa. En sus proximidades encontramos dos bahías grandes y bien abrigadas: la de Samanco y la de Chimbote. La última constituye el mejor puerto natural de la costa peruana (167).
Pero Chimbote, que está abrigado respecto al mar sin ser totalmente invulnerable a un maremoto, tampoco está libre de sufrir por inundaciones en los casos de lluvias torrenciales como las que se presentan durante un evento de tipo El Niño; la ciudad está rodeada por cerros de amplias faldas que confluyen hacia la bahía. Así Weberbauer nos dice (168): Junto a Chimbote examiné otro cauce seco. En el año 1891, la población de Chimbote fue inundada a consecuencia de lluvias extraordinarias, corriendo peligro de completa destrucción. El agua legó hasta las rodillas de la gente que caminaba por las calles. Dicho cauce se llenó de agua, mezclada con barro y ésta penetró en el mar destacándose perfectamente, en forma de una larga cinta amarillenta. Debo estos datos interesantes a un habitante de Chimbote que ha sido testigo ocular del acontecimiento raro.
Respecto a la flora del lugar Weberbaur dice (169) que en los alrededores del cauce, sobre un suelo algo salífero “encontré algunos arbustos mantenidos por el agua subterránea: Atriplex sp. Capparis cordata. Prosopis julitflora (escaso). Sypharia spicata. Pluchea chingoyo; vi allí mismo los frutos secos de Luffa operculata, hierba que puede vivir sólo en los raros años de lluvia verdadera. Evidentemente, sus frutos muertos se conservan durante muchos años por la sequedad del clima y porque contienen una red de fibras muy resistentes.
El puerto y ciudad de Chimbote está dominado desde el norte por el muy elevado cerro del mismo nombre. Respecto a éste Weberbauer escribió (169): El 11 de agosto de 1917 subí el cerro de Chimbote, que se halla próximo al puerto del mismo nombre, y situado en una península. A los 150 m. se hacen frecuentes los líquenes y parecen las primeras Tillandsias. De 300 m. hacia arriba se ven dispersas Cactáceas (Cereus, problamente 2 especies). Las verdaderas plantas de loma existen sólo encima de 450 m. No forman ninguna vegetación continua sino que crecen muy distanciadas unas de otras. El suelo es peñascoso. Cerca de la cumbre (620 m.) encontré una Pitcairnia y una Fourcroya. Las demás plantas apuntadas entre 450 y 620 m. son: Hierbas: Commelina sp. Nothoscordon sp. (N° 5222). Alstroemeria sp., Parietaria debilis. Calandrinia Ruizii, Oxalis sp., Nolana humifusa. Solanum tuberiferum. Arbustos: Palaua sp. (afin de P. moschata). Y Grabowskia boerhavllfotia.
Casma
Casma es hoy otra ciudad importante de la región cercana al Santa (si bien no forma parte de la misma provincia política). La incluimos en esta relación por ser la más importante de las ciudades cercanas a Chimbote. Para Cieza de León “Seis leguas adelante (de Ferrol) está el puerto de Casma, adonde hay también otro río y mucha leña, do los navíos toman siempre refresco; está a diez grados” (170). Se trata de una bahía hermoza donde posteriormente se creó una aldea que se llamó San Pedro de Casma, la ciudad de Casma actual. Sus aguas son de poco fondo, y en la entrada de la bahía está la roca sumergida denominada Ferguson, en la que no pocos barcos han terminado su existencia. Las noches de Casma suelen ser bellas, aunque algunas muy castigadas por los fuertes vientos. Frente al puerto, mejor sería algo al norte, están las islas de la Viuda y la Tortuga (171).
9. La pesca contemporánea
La Compañía Administradora del Guano
La crisis de todo orden desatada por la pérdida de la guerra del Pacífico condujo a la clase dirigente a replantear la reorganización del estado. Sin embargo más de 25 años después recién se creó la Compañía Administradora del Guano (1909) como respuesta a la necesidad de efectuar una explotación racional de los exiguos yacimientos del fertilizante, incluyendo el inicio de investigaciones sistemáticas acerca de las aves marinas. Así, los primeros trabajos científicos (marinos) fueron hechos por la complañía (172).
Respecto a la anchoveta, cuya explotación ha sido y es vital en la economía nacional, la región de Chimbote posee una importancia fundamental. Los mayores y más constantes desoves de anchoveta en la costa están ubicados entre Chimbote y Chicama (173).
Según datos de Sánchez y Zimic (174), en 1970 la flota anchovetera estuvo compuesta por 1,250 bolicheras aproximadamente, con una capacidad de captura de 230,000 TM, es decir, relatan el sobredimensionamiento de flota que aun subsiste hasta hoy.
Sin embargo, Sánchez y Zimic (175) hicieron en 1975 una elegía de la manera cómo de la nada se creo la industria y flota pesquera más grande del mundo, donde gente que bajaba de puno y otros lugares se embarcaban en bolicheras que jamás habían visto y que se enfrentaban a un más desconocido mar. Si bien se habla de la vulnerabilidad de anchoveta frente a los cambios climáticos, y se habla de reforzar la capacidad científica, se deja constancia de la poca crítica hacia un proceso que derivó en que cualquiera que tuviera un poco de criterio podía fabricar –incluso en la calle- un barco. Esto es un síntoma adicional en relación con la improvisación promovida desde el poder político.
Miopía política
Hermann Buse mantuvo con el patricio Luis Alberto Sánches un enfrentamiento epistolar. De acuerdo con Buse, Luis Alberto Sánchez dijo “el mar peruano es insulzo, manso, incoloro, falto de vitalidad, incapaz de llamar a los hombres y llegar a ellos por los conductos de la sensibilidad” y se queja de su color verde y lo compara con el azulísimo atlántico. Nuestro mar tiene el mejor de los azules de la mejor y acrisolada estirpe oceánica, y sin embargo en la franja costera tiene el verde que representa su riqueza. Es el hombre del responsable la responsabilidad de no querer o saber dirigir la mirada al mar (176).
Si un hombre de la calidad de Luis Alberto Sánchez tenía una visión tan pobre e injusta con nuestro mar se entiende que ello fue el producto de su desconocimiento. El Perú es un país organizado por gente de leyes, no por científicos ni ingenieros. Allí podría encontrarse la raíz del porque ignoramos sistemáticamente el valor de nuestros recursos naturales, por lo que el país, para su desarrollo, tiene que encaminarse hacia el descubrimiento –también- de las posibilidades de desarrollo sustentable en función del conocimiento de la enorme riqueza que poseemos, para así obtener el mayor valor posible de su explotación sin alterar el clima y la calidad ambiental más allá de los límites permisibles.
10. Los manuscritos de Humboldt
El sabio alemán Alexander Von Humboldt efectuó durante cuatro años un recorrido por Latinoamérica, y estuvo en nuestro país durante unos meses el año 1802. Durante su viaje efectuó una cantidad enorme de apuntes que luego le fueron útiles para publicar libros y realizar conferencias y otros viajes. Parte de los manuscritos, sin embargo, permanecieron inéditos después de su muerte. Para aquellos apuntes tomados por Humboldt respecto a la región del Santa hemos querido transcribir sus anotaciones desde una valiosa publicación del Banco Central de Reserva del Perú (177):
Dormimos el 7 de Octubre en Moche, el 8 pasamos por el bello puerto de la Garita y pernoctamos en Santa Elena, para no pasar por el pueblo de Virú que está en el interior, a cuatro leguas del mar. Se cultiva allí olivos que alcanzan una altura asombrosa. Toda la costa está adornada con pequeñas rocas graníticas de 2 a 10 t. o sea de alto. Se descubre en todas partes que el mar se ha retirado de esta costa. Hay muchas rocas aisladas que tienen forma de islas. La costa a menudo no tiene mayor altura que 2 a 3 t. o sea por encima del nivel del mar y así continúa, a la misma altura, hasta las 800 toesas en el interior de las tierras. La Isla de Guañape es pintoresca, con rocas graníticas medio destruidas, cortadas a pico. Esta isla, como todas las otras, la de Santa, la de Chimbote, no tiene una brizna de vegetación, rocas desnudas y descarnadas siguen al desierto hasta el río Santa, torrente que a menudo impidió en otro tiempo la marcha de los correos entre Quito y Lima. El viajero se quedaba 8 ó 10 días sin atreverse a pasarlo, ni siguiera con chimbadores; ingenieros españoles han gastado allí 80 000 pesos para construir un puerto que nunca pudieron acabar. Finalmente, en 1800, el señor Couget, profesor de mineralogía en Lima, ha establecido allí una balsa unida a cables que hacen el péndulo y luego un puente de hamaca, estilo indígena, pero balanceándose poco porque es sostenido por cuerdas en los costados. Dicho señor tiene el privilegio durante 30 años de cobrar dos pesos por año. Es inconcebible que en 300 años de 92V conquista no se haya podido ejecutar obras tan necesarias parecidas. Entonces hay que pagarlas muy caro.
Pasamos el 10 y el 11 en el miserable pueblo que se llama ciudad de Santa, nombre indio, o en español (pero sólo usado en cuestiones legales), Santa María de la Parrilla. Allí gozamos de la interesante compañía del señor Coguet. Hice allí interesantes observaciones de barómetro, latitud, longitud, inclinación y declinación magnéticas. Es bueno saber (comparado las observaciones astronómicas con la de don Jorge Juan) que la ciudad ha cambiado tres veces de ubicación y que ella estuvo una vez cerca del mar y de la desembocadura del río y otra vez en el interior, cerca del río. Esta provincia de Santa, fertilizada por un bello río y donde se produce casi el mejor vino de todo el Perú, aunque en poca cantidad, debe su falta de población no al a crueldad de los españoles, sino a la de los Incas, que habiendo encontrado una gran resistencia en el reino Chimún-Cauchu se irritaron tanto que masacraron sin piedad a casi todos los habitantes, arruinaron las ciudades, destruyeron los canales, devastaron los campos (ver los comentarios de Gracilazo, I, p. 122).
Además de la tradición de este acto de barbarie (efecto del fanatismo religioso del Inca) se ven vestigios y testimonios horribles sobre los bordes del río Santa y hacia el borde del mar. ¡En un espacio de más de 12 ó 14 leguas se ve todos los llanos cubiertos de huesos humanos, de calaveras humanas quebradas, cortadas en la frente por los mazos o estrellas de cobre que usaban los soldados del Inca! ¡En un clima donde no llueve jamás, los huesos humanos han resistido así durante 300 ó 400 años a la descomposición!. Se ha encontrado incluso miembros cubiertos de carne seca, momificados, no por efecto del arte, sino de la sequedad de la arena. Se ha encontrado cabezas de indios cubiertas de cabellos. La sequedad produce pues los mismos efectos que el frío de Liberia donde Pallas ha descubierto rinocerontes con pelos en una tierra completamente helada. También se ha encontrado en Santa, lo que es bastante curioso, cabezas de muertos con pequeños pedazos de plata o de cobre entre sus dientes. Se podría creer primero que eran cadáveres de las huacas arruinadas por los torrentes, que pertenecieron a personas de distinción, llevando a otro mundo todo lo que tenían de precioso y se habían hecho enterrar así. ¡Pero no! Estas mismas cabezas están mezcladas con las otras sobre los campos de batalla y tienen a menudo huellas de heridas. ¿ sería una especie de burla (efecto del desprecio) poner metal entre los dientes del enemigo, burlándose de individuos de Chimú cuyas riquezas encontradas en Mansiche prueban que no hay sino demasiados casos de metales preciosos?.
Al este de Santa, en un ligar que se llama el Castillo de San Ángel, se ven todavía las ruinas de una ciudad inmensa, poco menos grande que la de Chan-Chan o Mansiche. Los muros (todos de tierra no cocida) tienen todavía dos toesas de alto; cada casa parece haber sido una fortaleza de doble y triple muralla de las cuales una tiene 5 pies de espesor. Es difícil formarse aquí (como en Mansiche) una idea clara de esta arquitectura del rey Chimú. La tierra es tan compacta que se encuentran fragmentos de murallas de más de 140 pies cuadrados, caídas, sin haberse quebrado, y el señor Coguet observa muy bien que uno debe hacerse la idea de la gran cantidad de gente que empleó Túpac Yupanqui para arruinar edificios tan sólidos.
La ciudad tiene varias grandes plazas, y una d ellas presenta un fenómeno singular: un paseo adornado con columnas. El terreno que forma el suelo de este paseo ha sido elevado en 3 ó 4 pies sobre el nivel de la plaza y de trecho en trecho esta avenida está adornada con columnas redondas de más de 3 ó 4 pies de espesor. ¡Estas columnas, algunas de las cuales todavía tienen 2 ó 3 t. o sea de alto, están formadas de biseles, de ladrillos no cocidos, triangulares, siendo circular el costado opuesto al ángulo agudo! He aquí, pues, pruebas de que estos pueblos tenían alguna idea de la belleza de las formas. Pero ellos subordinaban tal belleza a la simetría de las partes, por lo que es necesario admirar no solamente el plano de las ciudades y edificios, sino también las aberturas de los acueductos, en los extremos de los campos… Qué paciencia fue necesaria para formar polígonos de las casa, divididas igualmente en habitaciones oblongas, atravesadas por igual cantidad de puertas y de ventanas.. Eran más sensibles al orden que a la belleza, que nace del contorno de las formas. Esta idea del orden era también el carácter de su gobierno político. De allí derivan estas divisiones en castas y las de las propiedades … y como este amor por el orden no puede existir sin suficiencia, sin encadenar la libertad, vemos que no tienen éxito en las obras de imaginación…Este espíritu de alarde y de orden escrupuloso se ve todavía en los indios de la actualidad, sobre todo cuando ellos ordenan.
Es por eso que ellos gustan de la multiplicidad de cargos y de empleos, gobernadores, alguacil, fiscal.. Toda sencillez en el gobierno es contraria a su naturaleza. No se puede negar que esta característica acerca estos pueblos singuralmente con los egipcios y los chinos.
En todo el camino de Trujillo a Santa y de allí a Chimbote a Casma, hemos visto monumentos de la gran civilización en el cual vivían los súbditos del rey Chimún-Cauchu. Eran tan sabios en la conducción de las aguas, tan industriosos en la agricultura como los súbditos de los Incas. Los vestigios de los acueductos de 5 ó 6 leguas de largo, colocados sobre masas de murallas de 5 ó 6 pies de alto, fortificados por un dique de tierra que reúne las aguas de las cordillera y las lleva hasta el borde del mar, son tan comunes sobre toda esta costa (hoy día desértica) del Perú, que yo no los cito más para no caer en repeticiones. Hoy día se recorren 10, a menudo 16 a 20 leguas sin encontrar una sola casa o un alma que habite estas tierras; los acueductos de los antiguos peruanos atestiguan que en los siglos 15 y 16, por lo menos antes de la masacre realizada por los Incas en el valle del Santa, se encontraban pueblos de indios cada dos leguas por lo menos. ¡Y, sin embargo, hay personas aquí que niegan que el antiguo Perú pudo tener 7 u 8 millones de habitantes! La costa arenosa no tiene hoy día 4 ó 5 personas por legua cuadrada y los vestigios de la agricultura antigua revelan que antes hubo 7 u 8 veces más gente.
A 1 1/2 leguas al sur de Santa se encuentra el famoso puerto de Chimbote que Malaspina suele calificar como Puerto del Ferrol. Es el puerto más bello que existe desde el cabo de Hornos a Guayaquil, un puerto parecido al de Tolón y que puede recibir todas las escuadras del universo. Tiene 3 leguas de largo por ½ de ancho. Es una ensenada cerrada por leguas de tierra que avanzan hacia el mar e islotes rocosos que por su dirección prueban que antiguamente formaban parte de esas lenguas. El puerto tiene dos grandes entradas de 18 brazas. El fondo es de 7 u 8 brazas. Lo que asegura todavía más puerto, sobre todo si se quiere fortificarlo, es que el intersticio que queda entre la mayor parte de las islas es de bajos fondos por los cuales ninguna embarcación puede pasar. A Sudeste las islas se unen por medio de banco de arena que la bajamar descubre. Este puerto, lamentablemente carente de agua y habitado hoy en día por algunos pescadores, atrajo la atención de Chimún por lo agradable del sitio y la abundancia de la pesca en el golfo. Se había construido un acueducto desde la cordillera a más de 5 leguas, acueducto que sigue todas las faldas de las montañas, desmontadas para este caso. Se le obra hasta el borde del mar, se ve todavía las aberturas por las cuales el agua salía y el terreno (observación del señor Coguet) estaba preparado para recibir el agua fertilizante.
Cuando los torrentes que descienden de la cordillera lo cruzan, llevan en lugar de agua una pasta fluida, un barro arcilloso y fértil. Para recoger este lodo (fertilizante como el limo del Nilo) y fijarlo sobre el terreno, los peruanos amontonaban las piedras dispersas sobre el suelo, a veces en cuadrados, a veces en semicírculo..El choque de las aguas salen de las esclusas estaba dirigido contra estas masas de piedra.
Se reconoce, aún hoy en día, que el agua filtrada a través de las piedras y el limo se depositaba sobre la arena granítica. Al sur del miserable pueblo de Huambacho (donde los indios celebran la fiesta de San Francisco y nos divirtieron toda la noche al son de las campanas y de los tambores), se observa también un inmenso acueducto (amurallado) y las piedras dispuesta para recibir el limo. Los Incas hicieron lo que hacen todos los conquistadores: ellos arruinan para gobernar sobre provincias despobladas. Ellos no solamente mataron y se llevaron a los habitantes del Chimún, sino también ( indudablemente para vejarlos por la sed y el hambre, pues sin agua las plantas perecían) destruyeron los acueductos. En la pendiente occidental de la cordillera de los Andes se ve nuevos acueductos, comenzados a gran altitud. La tradición señala que el Inca, después de haber conquistado el país, pensó repoblarlo y envió ingenieros para establecer nuevos acueductos mucho mejores que los antiguos. La conquista de los españoles frustró este proyecto.
11. Los relatos de Middendorf
Ernst W. Middendorf es uno de los grandes científicos olvidados por el Perú no obstante su enorme contribución al conocimiento de la climatología, geografía, botánica, etnología y linguitica de nuestro país. Durante un lapso de 25 años recorrió el país en dos períodos que se dividen entre la etapa previa previa y posterior a la guerra con Chile. Publicó una obra monumental en 5 tomos (6), obra a la cual denominó ‘Perú: Observaciones y estudios del país y sus habitantes durante una permanencia de 25 años’. El segundo tomo estuvo dedicado a describir la costa peruana, dando cuenta de usos, costumbres, temperaturas, peces etc. que encontró en su recorrido. En el caso de la región de Chimbote y Samanco escribió lo siguiente, que incluye fotografías tomadas por él (178):
Las bahías de Samanco y Chimbote están situadas entre los 9º de latitud sur, sólo a 13º de grado al norte de Casma 6, muy cerca una de otra, y separadas sólo por una estrecha y baja faja de playa arenosa, pero no se comunican en ninguna parte, ni siquiera durante la pleamar. Ambas ofrecen un excelente y seguro fondo de anclaje para-numerosas naves, y Chimbote está especialmente considerado como el mejor puerto natural de toda la costa occidental de América del Sur. Había conocido ya antes estas regiones, como punto de partida para un viaje a la sierra central del Perú. E n una tarde de sol, en mayo de 1886, salí de Lima y me embarqué en el Callao a bordo del mismo vapor Casma, que utilicé posteriormente en los viajes a Huacho, Paramonga y San Rafael. Ya antes de las cuatro arribamos a Ancón, pero sin echar anclas, pues no teníamos que tomar pasajeros ni carga. La bahía parecía abandonada, no había barco alguno en el puerto; había pasado ya l a temporada de baños, de modo que las casas cerca de la playa estaban vacías. Este balneario de verano surgió durante la presidencia de José Balta en 1870 y, gracias a la favorable situación económica del país en esa época, se desarrolló rápidamente y hasta parecía que por su excelente playa, podría arrebatarle a chorrillos el rango de balneario preferido por el público. Pero esto no duró mucho tiempo, ya que la distancia que le separa de la capital es demasiado grande para que los hombres de negocios y funcionarios, puedan hacer el viaje dos veces al día; y además debido al empobrecimiento general que se produjo poco después, las vistas a este balneario disminuyeron mucho, a pesar de sus grandes ventajas.
Foto del puerto de Chimbote (1887, aproximadamente)
Poco después de la puesta del sol, llegamos a Chancay, al día siguiente tocamos huacho y pasamos frente a Supe, sin entrar en el puerto. El buque se mantenía siempre cerca de la costa, de manera que se podían reconocer claramente los lugares conocidos, sin necesidad de larga vista. El río de Barranca estaba todavía muy crecido y sus turbias aguas, que allí desembocan al mar, formaban hasta muy adentro un vivo contraste con el azul del océano. Acierta distancia de los edificios de la hacienda paramonga se veían los agudos contornos pardos de la fortaleza, y cerca de la orilla, el Cerro de la Horca. A la mañana del segundo día arribamos a Casma, y allí desembarcó la mayor parte de los pasajeros, que viajaban a Huaraz y, en la tarde del mismo día, entramos en Samanco. Esta bahía se abre en el extremo inferior del valle de Nepeña, cuyo río desemboca allí mismo, si bien es tan pobre de caudal, que se seca casi por completo en los mese de invierno. Por esta razón, el valle produce muy poco, y ésta es a su vez la causa de que la hermosa bahía sólo rara vez sea frecuentada por buques: poco hay allí que recoger o llevar. En un ángulo, cerca a la desembocadura del río, se encuentra un grupo de miserables chozas entre las cuales hay un solo edificio de dos pisos, que es la casa del agente de la Compañía de Vapores.
Como ya dijimos, las bahías de Samanco y Chimbote están inmediatamente una al lado de la otra, pero la distancia entre las entradas es, con todo, de 15 millas marinas, de manera que el vapor necesita hora y media para bordear el promontorio que separa y divide ambos puertos. La bahía de Chimbote es ovalada, semicircular, y bordeada hacia el lado de tierra, por una orilla plana, donde las olas se rompen con suave murmullo. Esta playa arenosa se prolonga hacia el sur y forma allí la estrecha faja que separa las dos bahías vecinas. Es tan plana que cuando hay marea alta desaparece casi bajo el agua, pero hacia mar abierto se va levantando y se ensancha hacia ambos lados, formando un promontorio rocoso. La bahía tiene dos accesos, que están formados por un islote rocoso, o mejor dicho, separados por éste y su cumbre alcanza una altura de mil pies. La entrada norte, la más estrecha, está dividida a su vez por un peñasco en dos canales de los cuales el más grande tiene 50 metros de ancho y es profundo, pero la dirección de la Compañía de Vapores ha prohibido que lo usen los buques. La entrada principal de la bahía tiene más de 150 metros de ancho y aunque hacia el norte existen algunos bajíos, es navegable en su mayor extensión, y no ofrece ningún peligro a los barcos. Gracias al terreno elevado a los lados de las entradas, así como por la isla que está delante, el interior de la bahía está protegido tanto de los vientos como del oleaje. A este hecho, así como a la forma casi circular de la bahía, se debe aparentemente el nombre del puerto, pues Chimbote es una corrupción de la palabra quechua Chin poto, que significa cuenca quieta 7, refiriéndose a la bahía.
La bahía de Chimbote no está en el extremo de un valle, y tampoco desemboca en ella ningún río o canal. Hacia el Norte se yergue un cerro de mil pies de altura aproximadamente, que separa a la bahía, del valle del Santa. El desembarcadero es un muelle corto en el que terminan los rieles de un ferrocarril. Echamos anclas bastante lejos de la punta del muelle, en agua de seis brazas, podríamos habernos acercado más sin peligro de encallar, pero esto no le convenía al capitán, que quería partir rápidamente.
Cuando llegué al muelle, me recibió un agente portuario, a quien sus amigos de negocios de Lima le habían comunicado mi llagada, y que ya tenía listo un cuarto para alojarme: un afectuoso y servicial joven, en cuya casa permanecí algunos días, mientras que esperaba las mulas que me iban a mandar para mi viaje a la sierra.
La bahía, a pesar de su situación protegida y sus excelentes condiciones de anclaje, sólo había sido visitada raras veces por pequeñas embarcaciones caleteras, y estaba habitada casi exclusivamente por pescadores , pues al carecer de “hinterland” no podía ofrecer nada a los buques que llegaban, ni siquiera agua potable. En tiempos antiguos, en la época precolombina, la situación fue diferente: un gran canal derivado del río Santa, regaba las yermas llanuras de arena alrededor de la bahía, transformándolas en bien cultivadas campiñas. Sin embargo, ya hace muchos siglos, que desapareció aquella cultura y sólo gracias a un ferrocarril, que debía convertir a Chimbote en el puerto del valle del Santa, ha surgido nueva vida en la solitaria playa. Los trabajos del ferrocarril- uno de los muchos cuya construcción se encargó al empresario Henry Meiggs- comenzaron a principios de la década del setenta. Como muchos buques traían al puerto materiales de construcción, y en ella intervenían numerosos trabajadores, ingenieros y empleados, pronto afluyó más gente, y los especuladores comenzaron a alimentar grandes esperanzas – y las hicieron alimentar a otros, también- acerca de las posibilidades de desarrollo del nuevo puerto que había surgido donde antes sólo habían chozas de pescadores. Se trazaron anchas calles y se levantaron numerosas casas de buena construcción, aunque sólo de un piso. Pero este entusiasmo duró poco tiempo.
Como consecuencia de las dificultades económicas, a las que nos hemos referido varias veces, los trabajos del ferrocarril, como los de otros ferrocarriles encomendados a Meiggs, se paralizaron; además, por un desordenamiento del río Santa, y durante la guerra, los chilenos se llevaron todo el material existente en rieles y durmientes; en la época en que realicé mi visita encontré que la nueva población se encontraba en abandono y decadencia. Sin embargo, de aquellos de bonanza queda todavía un hotel, que está ahora administrado por chino, y que sigue luciendo su antiguo pretencioso nombre: “Gran Hotel”. Aunque bastante modesto, fue la mejor posada que encontré en toda la costa del Norte del Perú entre el Callao y Lambayeque. Como mi anfitrión era soltero, comimos en el Hotel y los platos estaban bien preparados y fueron servidos con bastante pulcritud, tal como me ha sucedido a menudo en restaurantes chinos del interior, donde menos se puede esperar tal cosa.
Almorcé allí el día de mi llegada, y después me dirigí a la estación del ferrocarril, que no está muy lejos del hotel, para preguntar cuándo partía un tren por el tramo todavía transitable. El amplio espacio de la estación del ferrocarril parecía abandonado, pero después de caminar por todas partes, tuve la suerte de encontrar a un empleado, que me informó que sólo una vez por semana se despachaba un tren hasta el término de la línea y que el próximo saldría al día siguiente. Seguí entonces mi paseo, y al oír los golpes de un solitario martillo en la maestranza, entré. En el amplio taller se encontraban cuatro obreros: un herrero inglés, dos ayudantes indígenas y un chino, que pisaba el fuelle. El inglés me dijo que el taller ocupaba en total a quince personas.
A la mañana siguiente utilicé el tren para una excursión al valle del Santa. El río santa es el más caudaloso de la costa peruana y su curso el más largo. Nace a los 10º88’ de latitud sur, de la laguna de Conococha, que está a una altura de 3,940 metros sobre el nivel del mar, situada al pie del nudo de la Cordillera, donde se divide la cadena costanera, o sea la Cordillera Negra y la Blanca que es propiamente la cadena de los Andes. El río Santa, que en su parte superior se llama río de Huaraz, sigue un curso en dirección noroeste y su valle separa las dos cordilleras.
Dentro de los 9º de latitud, el río hace un codo, se abre paso a través de la Cordillera negra, y corre en dirección suroeste hacia la costa, donde a los 8º58’ a pocos kilómetros al norte de la bahía de Chimbote, desemboca en el mar. La parte inferior del valle hasta el cañón, tiene un declive poco pronunciado, es amplia y su cultivo principal la caña de azúcar. En la zona del cañón, el valle asciende, se hace escarpado y se estrecha, luego se ensancha moderadamente a una altura de 5 mil pies. El Callejón asciende paulatinamente hasta cerca de 14 mil pies, este trecho según los diversos niveles de altura, se utiliza para cultivos apropiados, como maíz, trigo, cebada, quinua y diversas clases de papas. El valle, además de sus productos agrícolas, es muy rico en minerales, y en los cerros que lo rodean se explotan numerosas minas, especialmente de plata.
Cuando me dirigía a la estación en compañía de mi amigo, encontramos en el camino a un señor, que también iba tomar el tren: era un colega que se dirigía por asuntos de su profesión a una hacienda del valle. Al preguntarle la partida deliren, me enteré, que eso dependía del criterio del administrador o el deseo del propietario de la Hacienda Puente. Resultó pues, que no habíamos tenido ninguna necesidad de apresurarnos, pero al fin, después de una espera de casi una hora, se dio la señal desde el puerto hacia la izquierda, en dirección Norte, y atraviesa la Pampa de Chimbote, una llanura que antes fue cultivada y que podría serlo ahora, pero que actualmente está cubierta sólo por matorrales ralos y casi secos. Esta llanura asciende muy paulatinamente hasta una determinada altura, y luego desciende de igual manera hacia el valle del Santa, de modo muy semejante al de la llanura que une el valle de Trujillo, detrás del Cerro, Campana, con el valle de Chicama.
Foto de las ruinas de Cantagallo en el valle del Santa (1887, aproximadamente)
Después de dejar atrás la raquítica vegetación, el tren corre por el lado izquierdo del antiguo camino mismo, le cruza y sigue entonces, siempre a su la lado derecho, hasta que las tapias que lo flaquean, se pierden en los montones de arena. Estos muros tienen una altura de metro y medio y la distancia entre los dos es de siete metros.
Este es uno de los pocos lugares en la Costa, donde puede reconocerse aún con claridad el antiguo camino incaico, mientras que en muchas regiones de la Sierra se han conservado largos tramos. En los últimos tiempos de la dominación incaica, cuando el Imperio había alcanzado una extensión muy grande, desde la Línea hasta los 35º de latitud, los dos últimos reyes hicieron construir dos grandes caminos para mejorar la comunicación entre las provincias; uno de ellos el más importante y más largo, corría por la sierra, para unir la ciudad de Quito con Cuzco, la capital, y de aquí fue prolongado a través de la cuenca del Lago Titicaca, hasta Chile. Cuando más tarde fueron sometidas también las regiones de la costa, los reyes consideraron que era conveniente también unir éstas, por un camino continuo que descendía desde Loja, situada en la actual frontera ecuatoriana, a Tumbes, y desde allí, a corta distancia del mar, seguía hasta el valle de Chincha, para de aquí ir nuevamente con rumbo a la cordillera y regresar al Cuzco. Entre estas dos rutas principales, existían numerosos caminos transversales.
Estos caminos servían para el tránsito de las tropas en las empresas guerreras; los reyes Incas los utilizaban en sus frecuentes viajes, por todas las regiones de su Imperio, en los cuales eran acompañados siempre por numeroso séquito y eran utilizadas también para el envío de los mensajeros reales. En las poblaciones, situadas en los caminos, se encontraban campamentos fortificados, con depósitos con provisiones, en los que se almacenaban armas, pertrechos bélicos, vestidos y víveres; de trecho en trecho, se encontraban los llamados tambos, es decir posadas en los que pasaban la noches los reyes, que casi siempre sólo hacían cortas jornadas, o también notables funcionarios del Estado; además, a lo largo del camino, a distancia de 3 ó 4 kilómetro habían pequeñas casas o cabañas para los mensajeros o chasquis, y en éstas varios de ellos siempre debían estar listos para una inmediata partida. Estos recorrían el camino hasta el puesto más próximo, en velosísima carrera, y trasmitían el mensaje, que era comunicado ya verbalmente o por medio de quipus, y desde allí expedido, sin pérdida de tiempo, al próximo puesto.
Gracias a este sistema de correo, el gobierno del Cuzco se enteraba rápidamente de todo lo que ocurría en el vasto Imperio, y en mucho menos tiempo de lo que en esa época era posible en cualquier país europeo. Más adelante, al tratar de nuestros viajes por la Sierra, nos referiremos repetidas veces a los vestigios del camino de los Incas que allí encontramos y comprobaremos que estas obras merecen realmente la admiración con que los antiguos cronistas las mencionan. Sin embargo, en la costa, debido a las condiciones más favorables del terreno, no han sido necesarias obras de ingeniería de esas proporciones. En los valles, cuando el camino atravesaba tierras cultivadas, tenía un ancho de 7 a 10 metros, con tapias a los dos lados y casi siempre corría bajo la sombra de árboles. A través de las pampas áridas que estaban desprovistas de muros se indicaba la ruta colocando gruesos postes. Los caminos fueron construidos, según Cieza de León (cron.I, 40), bajo el reinado del undécimo y duodécimo Inca, Túpac Inca Yupanqui y Huayna Cápac; Zárate, (Historia del Perú, C. 10) sólo indica al último Inca, Huayna Cápac, como su constructor, y realmente, durante su gobierno parecen haber sido mejorados los caminos ya existentes y, en parte, construidos de nuevo.
En la altura, entre la pampa y el valle, se bifurca la línea, conduciendo un ramal a la Hacienda Puente, el fundo más grande del valle. Allí el tren se detiene 20 minutos, y ese tiempo me permitió dejar una tarjeta para el propietario, a quien conocía, y hacer un paseo por el ingenio con el Doctor Rodríguez, mi compañero de viaje. El tren regresó luego al punto de la bifurcación y continuó su ruta valle arriba. El ferrocarril desciende entonces y corre a través de cañaverales, de entre los que se yerguen dos ruinas de antiguos monumentos: a la izquierda, el templo de Cantagallo, cubierto en parte por masas de arena y, a la derecha, una atalaya llamada Castillo del Sol. Detrás de esta última se halla la Hacienda Rinconada, en ese tiempo también de propiedad del dueño de la Hacienda Puente (Dionisio Derteano), que debe su nombre a una curva del valle hacia el lado izquierdo. Para salvar esa curva, el tren se aparta del valle y asciende por una región fértil al principio, pero seca y pedregosa poco después, es la Pampa de Vinsos, que está separada del valle por una hilera de cerros. Llegada al punto más alto, la línea férrea pasa por un corte, que antiguamente fue un canal de regadío, y desciende nuevamente al valle. Desde arriba se tiene una hermosa visión de la verde llanura, cuyos cañaverales parecen muy bien cultivados. Pertenecen a la Hacienda Vinsos (propiedad de la familia Val de Avellano) para cuyo administrador, uno de los hijos del dueño, yo llevaba una carta de presentación.
Los edificios de la Hacienda están cerca del camino, un poco más alto que el nivel del valle, en la falda del cerro. Si bien eran modestos en comparación con los de la vecina Hacienda Puente, la situación económica de este fundo era mucho mejor, pues el trapiche no era movido por una máquina a vapor, sino por agua, lo que reducía constituía la fuerza motriz de la fábrica de azúcar, servía también para un molino de arroz. El arroz no se cultivaba para la venta, sino para los trabajadores de la Hacienda, a los que se pagaba su salario, según voluntad, en efectivo o en raciones de arroz. La administración de la Hacienda estaba a cargo del ingeniero y experto azucarero Van Cordt, un holandés de baja estatura, nacido en batavia y educado en Alemania. Su mujer, todavía joven, debe haber sido hermosa, tenía finos modales y mantenía su casa con el típico esmero holandés y a la vez con cierta elegancia. Se disculpó de no poder cumplir estrictamente, con los deberes de la hospitalidad, pues su hijo mayor, un muchacho de seis años, estaba gravemente enfermo y ella no quería apartarse de su lado. El Doctor Rodríguez, mi compañero de viaje, había sido llamado para una junta con el médico de la Hacienda, y el resultado favorable de ésta pareció aliviar y consolar visiblemente a la angustiada madre.
Hacia mediodía llegamos a Vinsos, e inmediatamente después de haber reposado un poco, subí al antiguo canal, que corría a una altura de 60 pies sobre el nivel del valle en la vertiente izquierda del cerro. Sin embargo, quedé decepcionado, pues encontré solamente vestigios del antiguo canal, consistente en una grada semi enterrada a lo largo de la falda. Un ingeniero se había ofrecido a restaurar el canal por 25 mil soles, y regar en esa forma la pampa de Vinsos, pero el Señor Val de Avellano no estaba dispuesto a arriesgar esa suma y probablemente hizo bien. Que es posible rehabilitar los canales de los antiguos peruanos, lo comprobó el empresario Meiggs, pues cuando se construyó el ferrocarril, hizo restaurar una antigua acequia, para conducir agua a Chimbote. En la tarde hice un paseo a caballo con el joven hacendado, valle arriba. Llegamos primero al río, cuya fuerte corriente, de lúgubre color negro, había ya bajado bastante. El agua turbia parece fertilizar la tierra, a semejanza del fango del Nilo; atravesamos zonas de excepcional fertilidad, donde la caña alcanza una altura extraordinaria. La meta de nuestra excursión era una colina que se prolonga en el lado izquierdo del valle, y en cuya cima se encontraban vestigios de un fuerte o de un campamento fortificado, llamado el Chingayal, una construcción sumamente deteriorada y en general muy insignificante.
En cambio, desde allí, la vista sobre el valle era de excepcional belleza en toda su extensión. Después de la puesta del sol retornamos y todavía alcanzamos a hacer un paseo por la ranchería, es decir las chozas habitadas por los peones. Aquí, como en otras partes, los chinos se habían construido su templo, mas como había menos en este lugar, quedaba muy a la zaga de los que yo había visto antes. Los cuartos adyacentes destinados al juego y al fumadero despedían mal olor, y una docena de hombres embriagados por el opio estaban echados sobre esteras extendidas en el suelo.
El ferrocarril del valle del Santa debía llegar originariamente hasta la ciudad de Huaraz, capital del departamento de Ancash, y en lo posible, aún más allá, hasta Recuay, y el estado había aprobado con este fin un presupuesto de 33 millones de soles. Aunque quedó demostrado posteriormente que esta suma exigida por el primer empresario, había sido excesiva, éste no logró iniciar seriamente los trabajos, razón por la que finalmente la construcción del ferrocarril fue encargada al empresario Henry Meiggs, que ya había colocado una línea de trocha angosta hasta el pueblo Suchiman, situado a 48 kilómetros de Chimbote, cuando tuvo que paralizar los trabajos por falta de fondos. La última parte de este tramo, que había sido colocado en un terreno demasiado bajo, fue arrastrado por una crecida del río, y al tiempo de mi visita, la línea era transitable hasta un poco más allá de vinsos. Como el tren en el que había venido regresaba en la tarde del mismo día, volví al día siguiente a caballo a Chimbote, acompañado por el joven Avellano, y seguido por un sirviente, montado en la mula que cargaba mi equipaje.
Detrás de la Hacienda Rinconada, subimos a la antigua atalaya, el Castillo del Sol, una pirámide trunca, de muros muy gruesos y construidos con grandes adobones, que está situada en la cumbre de un cerro de granito que avanza sobre el valle. En la punta de la estructura se ve una depresión, formada por un parapeto deshecho por la erosión. Muchos muros gruesos descienden por la ladera del cerro, pero todos están muy deteriorados y derrumbados. La vista que abarca el valle hasta el mar es más hermosa todavía que la que ofrece el antiguo fuerte, cerca de Vinsos. Después de un fracasado intento de tomar una fotografía bajamos y fuimos a las ruinas de Cantagallo, situadas al frente, pero decidí postergar para la tarde una visita más detenida, ya que el cielo estaba despejado y el sol del mediodía quemaba fuertemente.
Ruinas de Panamarquilla en el valle del Nepeña (1887, aproximadamente)
Nos dirigimos entonces, sin más tardanza, a la Hacienda Puente, donde nos habíamos detenido algunos minutos el día anterior. El nombre completo de esta Hacienda es Tambo Real del Puente, ya que existía en sus cercanías un puente sobre el río en un lugar en el que las rocas estrechan su cauce. Era un puente de pontones, que a comienzos de este siglo construyó un ingeniero francés, pero que ha desaparecido desde hace muchos años. A pesar de que este sitio, por sus riberas rocosas es muy apropiado para la construcción de un puente de hierro, o por lo menos de un puente colgante, no se ha hecho tal obra, y la comunicación de la Hacienda Guadalupe, situada a la derecha, con el gran valle, se efectúa atravesado el río por un vado y, en realidad, éste es el único lugar donde en el verano, es posible pasar el curso inferior del río Santa sin mojarse. A veces, el tránsito entre ambas orillas queda interrumpido durante semanas, y cuando el caudal ha bajado algo, los viajeros sólo pueden pasar de una orilla a la otra con la ayuda de hombres apostados allí para este objeto. Son los llamados chimbadores, que asociados en un gremio de ocho hombres, al mando de un capataz, viven en la pequeña ciudad de Santa, situada algo más abajo. Los chimbadores 8 examinan todos los días los vados, que cambian frecuentemente de sitio y de profundidad. Si un viajero desea pasar el río cuando está crecido, y un chimbador está dispuesto a asistirlo, ambos se desvisten; el chimbador monta en un caballo de gran alzada y acomoda detrás de sí al viajero. Cuando el caballo pierde piso y tiene que nadar, se sumerge tan profundamente, que sólo su hocico sobre sale del agua, y entonces el viajero corre el gran peligro que la corriente, que pasa con gran velocidad, le cause vértigos y le haga resbalar del anca del caballo. A menudo son peligrosos también los troncos y arbustos que la corriente arrastra.
Generalmente, los habitantes de la región llaman Palo seco, a la Hacienda Puente, y me dijeron que el origen de este nombre se debe a un tronco seco, que se encuentra en uno de los patios de las ruinas de Cantagallo. La Hacienda Puente era considerada, con razón, como una de las mejor instaladas y de las más productivas de la costa peruana, y en aquella época su propietario era una persona que había sido antes uno de los hombres más acaudalados de Lima. Pero la guerra con Chile arruinó también a este hombre de tan imponente fortuna, del mismo modo que hizo con tantos otros. Los chilenos quisieron obligarlo a pagar un fuerte cupo de guerra, y cuando lo eludió, ordenaron destruir sus magníficas máquinas, instaladas con elevados costos. Aunque después de la paz logró restaurar con grandes sacrificios, su ingenio y sus alambiques, la baja del precio del azúcar que se produjo entonces, desvaneció las esperanzas que él había cifrado en estos grandes esfuerzos; luego, la disipada administración de la hacienda por sus hijos, hizo el resto y ya al tiempo de mi visita, todos cuantos estaban al tanto de la situación, consideraban la quiebra inevitable e inminente. El propietario, antes tan arrogante, sufrió un colapso a consecuencia de su irremediable ruina y falleció, después de haber vivido un año más en un estado de profunda depresión y demencia.
Cuando el calor disminuyó un poco al atardecer, regresé con el administrador de Vinsos y dos señores de la Hacienda Puente a las ruinas de Cantagallo, las que desde la Hacienda se llega después de un cuarto de hora. Los restos de los muros se hallan sobre una baja colina de granito, cubiertos en partes de arena: una gran sala rectangular, con antecámaras a ambos lados de un amplio corredor. Al este de estas habitaciones se encuentran escombros de muchas habitaciones grandes y pequeñas, casi completamente cubiertas de arena, al parecer los restos de una población.
Al pie de la colina hacia el norte existían grandes patios, de los cuales especialmente uno, llama la atención, ya que había estado rodeado de columnas, que formaban un pórtico en los dos lados largos. Las columnas, separadas entre sí por 2.50 metros, eran de adobes, pero de ellas sólo se han conservado escombros que forman pequeños montones redondeados, cuyo número, en cada uno de los lados, es de cincuenta y cuatro. En lo referente al destino que tenían antiguamente estas obras arquitectónicas, parece que ha sido la residencia del rey, o del cacique , pero no un templo, aunque los patios con lo s pórticos podrían haber servido para fiestas religiosas. Los muros de Cantagallo, así como los del Castillo del Sol, están construidos de grandes adobes y deben de ser considerados, por consiguiente, como obras de los Incas.
Mi acompañante, el joven administrador de Vinsos, se quedó en Puente, mientras que yo con el peón regresé a Chimbote. A mi llegada me enteré que mientras tanto habían llegado las bestias que esperaba para mi viaje a la sierra. Me alegré mucho, y tuve la intención de partir al día siguiente, pero mi cordial colega, el Doctor Rodríguez, con quien el día anterior había viajado al valle, vino a visitarme por la tarde y me dijo que no debía dejar Chimbote antes de haber conocido la muy hermosa parte inferior del valle del Santa, y se ofreció a acompañarme, aprovechando que le día siguiente era domingo. Con mucho agrado me dejé convencer para esta excursión, pues me habían informado que la región que queríamos visitar, se encontraban las ruinas de una antigua fortaleza, conocida con el nombre de El Castillo de la Huaca. Como ya dijimos, el puerto está separado del valle del Santa por una llanura de suave pendiente – la Pampa de Chimbote- que asciende hacia el mar formando un pequeño promontorio, muy semejante al Morro Solar de Chorrillos.
En esta dirección, el camino es mucho más agradable que por la pampa polvorienta y expuesta al viento. Se pasa por algunas quebradas y, después de una hora, se llega al mar, donde en la blanda arena de la playa existen algunas chozas: es Coisco, lugar utilizado como balneario por los habitantes del valle. A media hora de distancia del mar, se encuentra en el valle la Casa Hacienda del fundo primavera, que pertenece a la Hacienda Puente. Después de haber reposado un poco en esta hacienda, seguimos nuestro camino en busca del antiguo castillo. Pasamos el pueblo de Santa, una miserable aldea, en la que viven ahora muchos chinos libres, y no bien nos encontramos en campo abierto, apareció anta nosotros la colina con la fortaleza. Pero ya desde lejos me dí cuenta de que aquí no encontraría lo que había esperado. Al subir comprobé que el castillo era una obra de defensa, formada de una doble muralla circular, en parte derrumbada, de trabajo tosco, tal como los muros de Vinsos; ambos son, sin embargo, muy antiguos, y remontan al período preincaico, pero por otra parte no vale la pena visitarlos. Sin embargo, el bellísimo panorama que se goza desde arriba sobre el valle es una recompensa. Me hubiera gustado fijar mediante una fotografía el recuerdo de este panorama, pero cuando me volví en busca del peón que traía mi máquina en su mula, el joven había desaparecido, había encontrado gente amiga en Santa, alegres morenos y morenas, que festejaban con chicha y aguardiente el domingo; y cuando volvimos a pasar por el pueblo, lo encontramos ya tan embriagado, que le costaba trabajo sostenerse en la silla.
En la mañana del lunes salí de Chimbote para emprender mi primera excursión por la sierra del centro del Perú. Sin embargo, el camino no me llevó inmediatamente a la Cordillera, sino primero a través de regiones de la costa; los valles de Nepeña y Moro, por lo que inserto aquí una breve descripción de éstos, considerándola pertinente, mientras que la continuación aparecerá en el tercer tomo. Las bestias que me habían enviado desde el interior un amigo mío y futuro compañero de viaje, eran dos mulas, una para mí y otra para mi equipaje, y un burro para el guía, que había traído la pequeña recua a la costa. Era un cholo fuerte y hábil, de buena voluntad, honrado y sobrio, propiedades que raras veces se encuentran juntas en un mestizo peruano. Su experiencia fue de gran utilidad para mí, pues era la primera vez que emprendía un viaje en mula, ignoraba los hábitos, la terquedad y las mañas del animal, lo mismo que todo lo relativo a su manejo, forraje y cuidados que hay que prestarle, por lo que muchas veces, especialmente al principio, me encontré en situaciones enojosas y ridículas. En la mañana, cuando ya estaba con un pie en el estribo, vino a despedirme mi colega, el Doctor Rodríguez, y me dijo que lamentaba que los deberes profesionales del día no le permitieran acompañarme, pero que su asistente – que ya no debía tardar- tenía órdenes de acompañarme y mostrarme el camino. No quise herir con una negativa y acepté su generoso ofrecimiento; tuvimos que resignarnos a esperar casi una hora y cuando al fin apareció el ayudante, con un mal disimulado gesto de disgusto en su cara, y nos pusimos en marcha, pronto comprobamos que mi guía conocía el camino mejor que él, y por eso al poco tiempo, y para satisfacción suya, le dije que no se molestara más y regresara.
Al comienzo, el camino, cubierto de matorrales, se extendía por la pampa de Chimbote, y luego entre pequeños montones de arena inestable, donde fácilmente se podía perder la orientación, ya que el viento borra en pocas horas las huellas de las herraduras. Cuando finalmente terminó la raquítica vegetación, el camino comenzó a subir lentamente, hasta que al fin, en el punto más alto de una llanura arenosa, llegamos a una cruz adornada con flores secas y coronas – la Cruz Blanca-; señal de que el viajero ha recorrido poco menos de la mitad del camino entre Chimbote y Nepeña. En todo el camino se ven, a la izquierda, las oscuras cumbres de la Cordillera Negra, y a la derecha las dos bahías de Samanco y Chimbote, con sus islas y promontorios delante de ellas.
Desde esta altura, se obtiene una visión de la configuración de las bahías y de y de sus proporciones mucho mejor que desde el mar y se reconoce claramente la estrecha faja arenosa que las separa y que luego asciende formando un promontorio rocoso, que es preciso bordear cuando se navega de un puerto a otro. Los escollos al lado de las entradas están blanqueados por el guano, pues sirven como descanso a miles de aves marinas. A partir de Cruz Blanca, el camino comienza nuevamente a descender un poco; se atraviesa una vasta llanura de arena de dos leguas de ancho- musu pampa- en la cual las bestias se hunden en la arena, hasta los tobillos, y luego se llega a un cerro rocoso de color pardo, (Cerro Prieto), punto de orientación de los viajeros, al pie del cual se encuentran los postes del telégrafo alámbrico, a los que se sigue en adelante. Poco después, desde una eminencia del suelo, se divisa del valle, que se extiende a través del desierto como un ancho y verde río. La meta de mi viaje era la Hacienda San Antonio, la más importante del valle, y a cuyo administrador había sido recomendado.
Desde el lugar en que nos encontrábamos no se veían aún los edificios de la Hacienda, pero el guía me dijo que no estaba muy distante, y que se podía llegar a ella por dos caminos, uno de los cuales iba por el borde de la vegetación, y el otro entre los cercos y los huertos del valle. Le dije, como era natural, que prefería el último, pero muy pronto tuve motivo para arrepentirme de mi elección. Teníamos que atravesar el río, ocasión que aprovechó mi mula para darme la primera prueba de terquedad. Aunque el agua era clara y muy poco profunda, el animal no quiso meterse en el río, y cuando la justigué, comenzó a dar tales cabriolas y coces que sólo con gran esfuerzo pude mantenerme en la silla. No tuve más remedio que esperar a que viniera el guía con su burro, detrás del cual, sin necesidad de arrearla, la porfiada bestia atravesó el riachuelo. Pasamos luego por el pueblo de Nepeña, una miserable aldea de chozas de caña y pequeñas casas de barro, en cuya plaza polvorienta y sin pavimento había una iglesia ruinosa, con dos campanitas que sonaban lastimeramente desde una torre de tablas de madera. La distancia entre Nepeña y San Antonio se cubre más o menos en una hora, y el camino hasta allí es muy ameno, pues va entre altos setos, grupos de árboles frutales, matorrales de caña brava y enredaderas, todos alimentados por el agua transparente de arroyos y animados por el canto de innumerables aves, de modo que esta última parte de la jornada, pese a los brincos de mi espantadiza mula, me recompensó un poco de la fatigosa cabalgata a través del desierto.
La Hacienda San Antonio es considerada como la mejor del valle de Nepeña; posee grandes extensiones de tierra fértil y dispone de suficiente agua para el riego, pero a pesar de estas condiciones favorables ha venido a menos debido a la situación precaria por la que en esa época atravesaban todas las haciendas de la costa, y sobre todo por la mala administración y los derroches realizados por el anterior propietario. Este había hipotecado la hacienda por grandes sumas de dinero, con el pretexto de invertirlas en mejoras, pero sólo las dilapidó, de modo que se vio al fin obligado a entregar la Hacienda a sus acreedores. El Banco Inglés de Lima, como acreedor principal, se encargó de este asunto y nombró a un administrador como su apoderado, que era a quien yo llevaba una recomendación del Director del Banco. Encontré a este señor en el patio de la Hacienda, y me acogió con suma gentileza. Era el Señor Cartland, un ingeniero norteamericano que había trabajado en la construcción de ferrocarriles, al servicio de Meiggs, y que más tarde se había radicado en el Perú, ya que se había casado en este país; parecía ser el hombre apropiado para tan difícil puesto; activo, decidido, alerta y extraordinariamente económico; en primer lugar quería demostrar a sus superiores que el fundo que habían confiado a su administración era capaz de cubrir sus gastos sin necesidad de nuevas inversiones.
La casa, que se encuentra sobre una huaca, es decir, un antiguo montículo artificial, es aireada, espaciosa y podría haber sido una hermosa y acogedora residencia, sino hubiera carecido de muebles, el anterior propietario se los había llevado o vendido. En torno al edificio, sobre una terraza, hay un corredor, bajo el cual se encuentran las habitaciones de la servidumbre y los depósitos. Frente a la casa está el ingenio y el alambique.
A causa del precio desfavorable del azúcar, el zumo de la caña no era evaporado, sino que se le dejaba fermentar para la destilación de alcohol. Generalmente, el zumo condensado de la caña se hace pasar tres veces por la máquina, y sólo se utiliza el residuo no cristalizable o sea el jarabe para la destilación del alcohol. El aguardiente obtenido por este procedimiento, recibe el nombre de cañazo, tiene un sabor y un olor tan repugnantes como el aguardiente de papa de mala calidad. En cambio, el alcohol que se produce a base de zumo fresco tiene el fino aroma de buen ron, y así se le llama.
Por aquel tiempo, una banda de desocupados y holgazanes había hecho inseguro el valle y varias veces había robado ganado de la Hacienda.
Por eso, el administrador siempre estaba alerta, y llevaba el revólver al cinto. Como mi dormitorio estaba situado junto al suyo, podía oír todas las veces que se levantaba durante la noche, para realizar sus tondas por el corredor y por el patio. A pesar de esta precaución, a la mañana siguiente, mi guía me contó con pena y el temor reflejado en el rostro, que nuestras bestias habían desaparecido del corral en que se las dejó por la noche; una noticia que también a mí me dejó muy preocupado, pues aunque no era responsable de los animales, su desaparición podía frustrar mi viaje. El Señor Cartland, envió inmediatamente peones a caballo e hizo registrar por otros los matorrales de los alrededores de la Hacienda. Como yo no podía hacer nada en este caso, y tampoco quería perder el día, rogué a mi anfitrión que me proporcionara un caballo, y un muchacho, para dar un paseo valle abajo y visitar una ruina situada a dos leguas de distancia. En el camino volvimos a pasar por Nepeña y aproveché esta oportunidad para visitar al cura y entregarle una carta al Doctor Rodríguez. El cura era un hombre joven, de mirada inteligente, con el rostro congestionado y los ojos hundidos, tal como me lo había descrito mi colega: “un muchacho muy hábil, pero que no se contenta con la copa de vino de misa, sino que prefiere una gran botella”. Tenía la esperanza que el cura me podía informar sobre las ruinas que deseaba visitar, o sobre otras cosas que pudieran existir en el valle, pero me convencí que el joven párroco se interesaba tan poco por las antigüedades paganas como por los deberes de su cargo cristiano.
Las ruinas de Pana marquilla están situadas una legua más debajo de la población de Nepeña, sobre una baja colina de granito, en la orilla derecha del río 9. Su conjunto principal forma una pirámide cuadrilátera, de cinco gradas o terrazas, pero cubiertas en parte por escombros desmoronados. El examen más detenido revela que la grada inferior es un muro circular que rodea la pirámide y está separado por una distancia de tres metros. Hacia el lado sur, las gradas han sido removidas en alguna excavación y queda a la vista una amplia y profunda cavidad; los restos de muros que pueden reconocerse en dos de sus lados, hacen suponer que allí, en el interior de la construcción, existía un recinto rectangular, probablemente una cámara funeraria. Su destrucción se debe a los buscadores de tesoros, que también han excavado en otras partes de la pirámide. Estas excavaciones hacen posible comprobar que los muros de la construcción consisten de adobes- como los de las ruinas en el valle del Rímac- y nos permiten reconocer que es un templo proveniente de la época preincaica. Los muros de circunvalación, parecen que son de fecha reciente y deben haber sido añadidos posteriormente al núcleo interior. Junto a la pirámide, en la falda del cerro, se ven todavía extensos muros y patios desmoronados, y también, sobre una estribación de la larga colina, orientada hacia el sur, una construcción rectangular de piedras sin labrar. La base de la pirámide mide 60 pasos, la cúspide está tan destruida que no es posible indicar su medida.
A mi regreso a San Antonio tuve la satisfacción de saber que los animales perdidos habían sido hallados. Se habían abierto camino, a través de la cerca hacia un alfalfar, y mientras se les buscaban muy cerca de la casa. Cuando al día siguiente dejamos la Hacienda, mi mula me jugó otra vez una mala pasada. Había enviado por delante al guía con mi equipaje, y cuando quise montar, la bestia se asustó de su propia sombra, saltó bruscamente hacia un lado y me arrojó de la silla. La caída, felizmente, no me causó ningún daño, pues el suelo era arenoso y blando, y sólo sentí vergüenza por haber provocado involuntariamente la hilaridad de los circunstantes. La bestia no escapó, como suelen hacerlo los animales tercos, sino que regresó con lento trote a su alfalfar. En el curso del largo viaje, cuando la vitalidad acumulada en su prolongado reposo disminuyó algo, la mula se volvió mansa y en lo sucesivo se mostró muy útil y resistente.
Dejamos el valle y a la derecha, por un terreno rocoso, tomamos un atajo que nos llevó hasta San Jacinto, una hacienda de la familia Swaine, que posee también las grandes haciendas en el valle de Cañete. No me detuve, sino que continué mi camino inmediatamente. Para acortar otra vuelta del valle, tomamos nuevamente una ruta más corta, a través de una llanura sin vegetación, que al cabo de una hora, por una depresión rocosa, nos llevó nuevamente al valle y a la Hacienda Motucache, también una propiedad de los Swaine donde además de la caña de azúcar se cultivan extensos viñedos. Desmonté sólo por un momento, por que el administrador de San Antonio el Señor Cartland me había encargado que llevara allí una carta. En Motucache se ensancha el valle, formando una hondonada rodeada por altos cerros, y en cuyo centro está situado el pueblo de Moro y cuya iglesia ya se ve asomar desde lejos, entre el verdor de la densa vegetación. La vegetación es verdaderamente exuberante, pues en estas zonas de mayor altura, hay todavía abundante agua y, según me dijeron, los veranos son muy cálidos. La senda, que atravesaba a menudo espesuras impenetrables llenas de flores y aves cantoras habría sido muy amena, si en varios lugares no hubiese sido resbaladiza y fangosa debido al desborde del río. Me detuve antes de entrar al pueblo para esperar a mi guía con el equipaje. Aquí me dieron alcance un caballero y su dama; ambos montados en finos caballos, el hombre vestía como rico hacendado, su montura y arreos estaban enchapados con plata; la dama lucía un traje de montar de paño azul, y un velo del mismo color cubría su precioso sombrero Panamá. Pregunté a un anciano, que pasaba con una carga de leña, quiénes eran esos distinguidos señores, y me entere que el caballero era un chino de Nepeña. Todavía esclavo hasta hace pocos años, ahora el hombre más rico del lugar, lo mismo que su compatriota Laredo, en Casma; su esposa era una chola del valle, a pesar de que a las mujeres costeñas generalmente no le gusta casarse con asiáticos, y éstos, por consiguiente tienen que buscar sus compañeros en la sierra.
El Señor Cartland me había aconsejado pasar la noche en Moro, y me había dado una carta de recomendación para el párroco Plaza. El administrador de San Antonio parecía ser una persona muy querida en la región, pues no bien oían mencionar su nombre, se alegraban los rostros. Encontré al cura en su casa, ocupado en dar instrucciones necesarias a un colega que debía reemplazarlo durante su ausencia, pues quería viajar a Lima al día siguiente. Más cuando leyó la carta de su compadre Cartland me dio la bienvenida, y me aseguró que su viaje no era urgente y que podía postergarlo. El cura vivía con su hija, pero según la costumbre, la presentó como sobrina suya. Era un zambo de color claro con el pelo algo rizado, pero su hija no tenía rasgo alguno que revelara su ascendencia negra; era una muchacha simpática, nacida y educada en Lima. Cuando se sirvió la comida, el cura se disculpó por no tener vino en casa debido a su proyectado viaje a Lima. Entendí de inmediato la alusión y mandé a mi guía a la tienda de enfrente, para que trajera algunas botellas del muy buen vino que produce el valle. De este modo, la comida, por lo demás muy bien preparada, transcurrió alegremente; la muchacha se alegró de haber encontrado a alguien con quien pudiera conversar de su querida ciudad natal, pues los peruanos adoran Lima como los franceses París.
Después de la comida, descolgó su guitarra de la pared y cantó algunas canciones, y más tarde su padre también cantó con ella. Después de haberse retirado la hija, quedé todavía un rato con el cura, y le pregunté si no se encontraban en la zona, ruinas o vestigios de antiguas construcciones. Me contestó afirmativamente, diciendo que las había y realmente muy interesantes, como por ejemplo la fortaleza de Cuchipampa, ofreciéndose en el acto para acompañarme hasta allí. Agradecido acepté su ofrecimiento y, al día siguiente emprendimos el camino.
Las ruinas de Cuchipampa (el campo de los cochinos), se hallan en el lado derecho del valle, sobre una eminencia, entre dos desfiladeros. Forman un gran rectángulo de 400 pasos de largo por 200 de ancho, y parecen haber sido un fuerte o campamento fortificado. Los muros se componen de piedras de granito sin labrar los pilares de las puertas están tallados en parte y adornados con representaciones toscamente esculpidas. La altura de los muros alcanza en algunas esquinas todavía ocho metros. Sin embargo, el conjunto no correspondía a las expectativas que había despertado en mí el cura, con su descripción entusiasta, pues la ejecución era tosca y grosera, y la forma de las puertas demostraba que la construcción no provenía de los Incas, sino de tiempos más antiguos. Algo más arriba de Cuchipampa, se encuentran los restos, aún más desmoronados de otra fortaleza, llamada Huancarpón. En el camino de regreso subimos a una colina, más arriba del cementerio de Moro, desde donde se tiene una hermosa vista del valle. La zona de Moro es extraordinariamente fértil y da todos los productos de la costa: caña de azúcar, algodón, maíz, camotes, yucas; en materia de frutas. Chirimoya, lúcumas, guayabas, granadillas y, gracias a su situación protegida, hasta piñas, que sólo rara vez maduran en la costa peruana. Especialmente apreciados son sus vinos, aunque la producción es demasiado escasa para poder tener mercado. De regreso, encontramos la mesa puesta para el almuerzo, terminada la comida, la muchacha dio unas palmadas, y vino volando al cuarto una bandada de palomas que se colocaron en su cabeza, sus hombros y sus manos, picaron de su boca trocitos de pan y la rodearon esperando que les diera de comer: un cuadro encantador que ha permanecido vivo en mi recuerdo. Cuando quise despedirme, el cura insistió en acompañarme un trecho y luego emprendió su viaje a la costa, mientras que yo iba rumbo a la Cordillera Blanca, es materia del tercer tomo de esta obra.
12. Acerca de la Compañía Administradora del Guano
Hemos querido incluir en esta recopilación dos artículos redactados por el Dr. Enrique del Solar. El primero es un conjunto de reflexiones relacionadas con la pesca y los inicios de la pesquería industrial, incluyendo la relevancia de la Compañía Administradora del Guano. El segundo artículo está dedicado al cebiche, pero constituye también una serie de reflexiones en relación con la contradicción de la riqueza del mar y el hambre que se extiende en el país:
Reflexiones sobre la riqueza del guano
La pesca, recolección de moluscos y crustáceos son actividades tan antiguas como la llegada del hombre prehistórico a la costa del Perú. No pudo ser de otro modo, dada la abundancia de formas de vida, visibles a lo largo del litoral, bañado por una fresca corriente marina repleta de flora y fauna planctónica, la cual es filtrada por la anchoveta para alimentarse. Esta, a la vez, con una biomasa incalculable, constituye el tercer nivel trófico que alimenta a la mayor parte de los carnívoros ictiófagos, como aves, peces, mamíferos y muchos otros animales,entre los que se encuentra el advenedizo hombre y mayor depredador de los seres vivientes.
El antiguo peruano aprendió a alimentarse con los recursos vivos del mar, pero también con ingenio, descubrió el poder fertilizante del excremento de las aves marinas y así logró aumentar la producción agrícola. Los incas, antes de la llegada de los aventureros conquistadores, interesados solamente en oro y plata, reconociendo tan vital importancia del guano, ordenaron la protección de las aves guaneras.
No obstante, fue necesario que llegara al Perú el sabio alemán Alejandro von Humboldt, para dar a conocer al mundo el grandioso poder fertilizante del guano de islas. Realmente se trataba del recurso anchoveta, degradado por el metabolismo de las aves ictiófagas productoras.
Aquella actividad dió considerable beneficio económico al Perú, pero también gran miseria a quienes se encargaron de recolectar y ensacar el guano para ser embarcado, hacia lugares tan lejanos como China y Europa. Así, durante el primer gobierno del general Ramón Castilla, refiriéndose al guano de la isla,decía: «Se vió un desahogo en el Tesoro como no había ni antes ni después, con sobrantes en sus rentas y hecha la riqueza pública, con vida barata para todos y facilidades para todo negocio» (Bonilla,1974).
En 1853 la exportación anual de guano de islas a Estados Unidos de Norteamérica llegó a casi 200,000 toneladas y el año anterior un funcionario peruano estimóen 23 millonesde toneladas el total de guano existente en todas las islas y cabos de la costa del Perú. Lamentablemente el agotamiento de los viejos depósitos ocurrió en 1874, pese a los estimados de su altura en las islas de Chincha por J.J.von Tschudi (13 m) y A. Raimondi (55 m), cuya mayor parte provenía del guanay (Palacrocoraxbouganvilll),piquero (Sulavariegata)y alcatraz (Pelecanus occidentalis thagus).
Sin embargo, aquella envidiada prosperidad no podía ser permanente, pues no se reparaba ni en las aves productoras y a fines del siglo XIX se llegó a embarcar incluso las barreduras por falta de buen guano. La ‘saturnalia’ de aquel fertilizante había terminado; y, fue indispensable introducir nuevos conceptos de ecología,a fin de lograr una explotación racional. Así en 1909,se creó la Compañía Administradora del Guano (CAG), siendo el ingeniero agrónomo J.A. de Lavalle, el primer ecólogo que defendió las aves guaneras con buen éxito, aunque por corto tiempo.
Paradójicamente, entre el ambiente ‘molinero’ y la Compañía Administradora del Guano, desaparecio la década de 1930,la inquietud de revisar el plan natural de la producción del guano, pese a la influencia conservacionista de reconocidos biólogos como Robert e. Murphy, los esposos Beck, Frank Chapman y Robert Coker, contratado por el gobierno peruano para informar no solamente sobre las aves guaneras, sino también y por primera vez sobre la pesca marina, además, de las opiniones de S.R.Gunther y William Vogt en 1940.
En 1936 salió a la luz Oceanic Birds of South American, obra monumental de R.e. Murphy, precisamente cuando estaba por decretarse el ‘hara kiri’ de la CAG, en detrimento de uno de los mayores recursos de aves marinas del mundo.En 1940,el departamento técnico de la CAG, con su jefe el ing. agrónomo Luis Gamara, había incurrido en contradicción al proponer la fabricación de harina de pescado como sustituto del guano de las aves marinas.
El autor de esta nota ya en 1939 había observado minuciosamente una moderna fábrica de la Standard Steel de California, instalada en Seishing, cerca de Wladivostok, en Corea. En el Perú, Manuel Elguera Mac Carlin y Miguel Capurro ya habían producido en el Frigorífico Nacional la primera harina de pescado y de allí nada y nadie detendría a la flamante industria pesquera de anchoveta hasta el colapso de 1972.
Ceviche: típico del norte del Perú
El plato nativo de la zona norte de la costa peruana refleja la abundancia y diversidad de la fauna y flora, la cual ha originado una rica cultura alimenticia desde la época prehispánica. Testigo de ella las grandes acumulaciones de valvas de moluscos hasta de dos metros de altura tendidas desde Puerto Pizarro hasta Ecuador. Dentro de tales túmulos se han encontrado objetos de los primitivos habitantes, incluyendo grandes vasijasde barro cocido, sin ornamentación, que podrían servir para transportar la parte comestible de los moluscos y crustáceos, hacia los cent:ros de consumo humano.
La cultura europea aportó el limón con el indispensable ácido cítrico para crear el plato de amplia difusión en el Perú. La gran variedad de especies del mar tropical de Tumbes es la materia prima para la elaborar gran cantidad de ceviches de la zona. Esta disminuye conforme aumenta la latitud hacia el sur.
Sin embargo es imperdonable la jactancia de la mayoría de nuestros responsables de la política pesquera, al tratar de mantenernos entre las primeras naciones del mundo en el procesamiento de harina de pescado a costo de la depredación de la fauna marina y de la malnutricioción del pueblo. Así nuestros políticos son responsables que nuestra extraordinaria fauna marina alimente a los animales de granja en los países desarrollados y deje malnutrida la mayoría de nuestros niños, que sufren una serie de enfermedades, evitables con una alimentación apropiada.
¿ Por qué no incentivar al productor-exportador a introducir o criar alguna especie más importante para el consumo humano directo como lo ha logrado por ejemplo Chile con los abalones (Haliotis spp) ?. La crianza de la anguila sería otro ejemplo de un gran negocio para el Perú y un aporte real para la dieta equilibrada de la población peruana.
Así ocurrió en Norteamérica, donde la introducción de la almeja ‘quahoc’ ha dado asombroso resultado económico y alimenticio. En el Perú se ha introducido solo dos especies: la trucha y el pejerrey argentino con gran éxito. ¿Por qué no esta práctica con especies probadamente exitosas ?
Para estudiar esto y probar otros casos, sería realmente rentable mantener una Estación Experimental en las Islas de Lobos de Afuera, a 30 millas de distancia de la costa y en el punto dónde la Corriente del Perú deriva hacia las Islas Galápagos. Sería netamente ventajoso adquirir y mantener una embarcación de investigación y vigilancia con instalación de radar y así controlar y asesorar a los operadores nacionales e internacionales de nuestra riqueza marítima.
Volviendo al ceviche criollo destacamos las variaciones de sabor y constitución, según la materia prima utilizada como peces, moluscos o crustáceos. Como el número de especies marinas crece de norte a sur, es así natural que el mar tropical de Tumbes produce un ceviche de extraordinaria calidad como lo ilustra nuestra carátula. En el Perú el nombre vulgar de mariscos comprende a moluscos y crustáceos. En el norteño predomina la ‘conchapala’ (Atrina maura) de sabor exquisito, acompañado de calamares, ostras, conchitas y hasta pulpo, todo bien picado y sazonado con jugo de limón agrio, perejil picante y sal.
El plato típico de Tumbes lleva como guarnición plátano. en rodajas frito al que no le faltan algunos ajís rojos frescos.
Hacia el sur entran en los ceviches los langostinos, las conchas de abanico, los pescados, choros, las hueveras de erizo blanco y negro, las lapas ahora llamadas abalones. En resumen, es difícil comprender como en la costa peruana se ha podido extender la palabra hambre, expresión desconocida durante miles de años hasta que se perdió el criterio en la política pesquera peruana.
13. Notas biográficas
Alexander Von Humboldt
La siguiente nota biográfica de Alexander von Humboldt ha sido tomada de la Enciclopedia Ilustrada del Perú (186).
Fundador del americanismo científico. Nació el 14 de setiembre de 1769 en Berlín y murió el 6 de mayo de 1859 en la misma ciudad. Inicio su formación bajo la tutela de Joachin Heinrich Campe y Gottlieb Christian Kunth, respectivamente afectos a las letras y las ciencias; después cursó estudios en la Academia Vidriana y la U. de Gôttingen (1789-1793). En breves excursiones, reconoció el Rin. Viajó por Holanda, Inglaterra, Francia, Polonia, y Austria, haciendo estudios geológicos y botánicos. Concluida su vida universitaria, desempeñose como inspector de minas primero, y director de minas después, en Ansbach y Bayreuth. Pero pronto le hastió aquella rutinaria ocupación.
Tras obtener la aprobación de Carlos IV, y en compañía de Aimé Bonpland, emprendió viaje a América (1799) con el propósito de observar la naturaleza y, en particular, la influencia del medio geográfico sobre la vida de las plantas y los animales. Visitó Nueva Granada, pasó a Cuba, volvió al continente para remontar el curso del río Magdalena y penetrar a la región selvática, dirigióse luego a Bogotá y Quito, a Cuenca y Cajamarca, a Trujillo, Callao y Lima, y efectuó luego la travesía a Guayaquil y Acapulco. Recorrió México (1803-1804). Volvió a Cuba para recoger las colecciones que allí había dejado; siguió a EE:UU.; y retornó a Europa. Establecido en París (1804-1827), consagrose a redactar y publicar los estudios basados en el rico material acopiado en América, y a revelar así en el Viejo Mundo la realidad del nuevo Continente. Luego, requerido por el rey de Prusia, volvió a su ciudad natal. Y sólo la abandonó en sus últimos años para viajar a otras tierras que aún desconocía (Rusia, Liberia), o para acudir a los centros científicos desde los cuales se le llamaba a exponer sus vastos conocimientos.
El Perú le debe el haber favorecido la parcial traducción de algunos artículos del antiguo Mercurio Peruano en los cuales se daba cuenta del Estado del Perú (Weimar, 1808); la propagación de las virtudes curativas de la quina; y, de manera muy especial, el descubrimiento de las posibles aplicaciones del guano como fertilizante, que en Europa ensayó mediante las muestras llevadas entre sus colecciones y sobre las cuales debió informar a Mariano Eduardo de Rivero; así como el descubrimiento de la corriente de aguas frías que corre a lo largo del litoral peruano, determinando la variedad y la riqueza de su fauna marina, y que en su homenaje se conoce como Corriente de Humboldt. Obra principal: Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente (30 vols., 1805-34), publicada en col. C. Aimé Bonpland, y en cuyas diversas partes se vuelcan numerosas observaciones sobre la naturaleza, la historia y la sociología del Perú. P.ej., en vistas de las Cordilleras y monumentos de los pueblos indígenas de América (2 vols., 1810), Examen crítico de la historia de la geografía del nuevo continente (1814.34): y descripciones de nuevos géneros y especies en plantas equinocciales (2 vols., 1809-18).
Ernst W. Middendorf
La siguiente nota biográfica de Ernst W. Middendorf ha sido tomada de la Enciclopedia Ilustrada del Perú (187).
Nació en Keihau en 1830, Alemania, y murió en Colombo, Ceilán, en 1908. Era médico y antropólogo, hijo de Johann Wilhelm Middendorf y Albertine Frôebel. Nació el 31 de diciembre de 1830 y murió el 6 de febrero de 1908. Parece que estudió en la Universidad de Jena, y optó en ella el título de Médico (después de 1848); y que , animado por una romántica atracción hacia los países lejanos, salió de Hamburgo (XI-1854) en viaje a los mares australes. Después de visitar Australia y Chile, estableciese en Arica (VII-1855) como médico de una empresa norteamericana. Retornó a su país (1862) para efectuar estudios antropológicos. Nuevamente en el Perú (1865-1871), avecindase en Lima; inscribió su título en la Facultad de Medicina; y ejerció la profesión con tanta fortuna que los presidentes Mariano Ignacio Prado y José Balta utilizaron sus servicios. Interrumpió su estancia para arreglar en Alemania la administración de sus bienes familiares y cumplir un programa de estudios lingüísticos y arqueológicos. Luego visitó Italia y España. Y por tercera vez trasladase al Perú (1876-1888); pero en esta oportunidad declinó toda especie de compromisos profesionales, y conságrese por entero a completar un vasto estudio de la historia, la cultura tradicional y la realidad social del país.
Al efecto, emprendió numerosos viajes a sus diversas regiones, tanto en el N como en el Sur, en las alturas andinas como en la tórrida selva. Y cuando decidió alejarse, lo hizo para llevar a cabo la paciente labor de redactar las obras a las cuales estaban destinadas sus largas y acuciosas investigaciones. Pero aún emprendió otro viaje hacia el extremo oriente, con ánimo de satisfacer ignorados propósitos; y murió en Colombo. Publicó Die Einheimischen Sprachen Perus (6 vols.,1890-1892), estudio de la gramática quechua, vocabulario de la misma lengua, traducción y pilación de poesías dramáticas y líricas, y finalmente un estudio de una lengua mochica,; y Perú. Beochtungen und Studien ubre das Land und Seine Bewohner (3 vols., 1893-1894), sobria y prolija imagen de la geografía y la historia, las costumbres, que ha sido editada por la U.M. de San Marcos (3 vols., 1973-1974) en versión española de Ernesto More, revisada por Federico Schwab.
Erwin Schweigger
El sabio Alemán Dr. Erwin Schweigger fue fundador de la primera facultad dedicada a la oceanografía, acuicultura y la pesca en el Perú (189), la que posiblemente fue la primera de su tipo en Sudamérica. La Facultad de Acuicultura y Oceanografía fue fundada en 1959 en la ciudad de Huacho, como dependencia de la Universidad Comunal del Centro. Al año siguiente se creó otra filial de dicha facultad en Lima (Miraflores). Ambas filiales pasaron a ser parte de la Universidad Nacional J.F. Sánchez Carrión y Universidad Nacional Federico Villarreal, respectivamente, cuando dichos centros académicos fueron fundados algunos años después.
Según el Ing. Abraham Meza (189), quien fuera destacado discípulo del Dr. Schweigger, este fue contratado por el gobierno Peruano para realizar estudios en la Compañía Administradora del Guano, que es la entidad que entre otras tareas monitoreaba el estado de las poblaciones de aves guaneras en relación con su hábitat y distribución geográfica respecto a su alimento principal (anchoveta). Para su estudio controló puntos de desembarque importantes de anchoveta como Pisco, Huacho (Carquín-Vegueta-Supe) y principalmente el Callao y Chimbote. Posteriormente trabajó en los puertos de Chancay, Supe y Chicama. Fue el primer científico que hizo comprender a la industria pesquera (anchovetera) la importancia de sostener la interrelación entre la anchoveta y la aves guaneras.
La siguiente nota biográfica de Erwin Schweigger ha sido tomada de la Enciclopedia Ilustrada del Perú (188).
Erwin Schweigger nació en Thorn en 1888 y murió en Mainz (Alemania) en 1965. Hizo estudios de ciencias naturales en varías universidades, y optó en la de Berlín el grado de doctor en filosofía de las ciencias (PhD). Prestó servicios en la administración ministerial de la pesca (1919-1922) y pasó a dirigir el puerto pesquero de Altona, suburbio de Hamburgo (1992-1937). Fue temporalmente contratado por la Compañía Administradora del Guano (1929-1931), para estudiar el mar del Perú y la correlación existente entre los peces, la pesca y las aves guaneras. Luego volvió a Altona. Reanudó estas investigaciones en el litoral peruano en 1938. Creó un Archivo Hidrográfico destinado a registrar las observaciones pertinentes a la temperatura desagua y del aire, los vientos y la presión atmosférica.
Dirigió la publicación mensual de mapas de la costa, en los cuales se consignaba las fluctuaciones de esos datos, y coadyuvó a la formación del Instituto del Mar del Perú. Fue miembro de la Sociedad Meteorológica del Perú, cuya presidencia ejerció un 1951. En el Departamento de Geografía de la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos dictó el curso de Oceanografía aplicada al Perú, y en la Universidad Comunal del Centro, transformada años después en la Universidad Nacional Federico Villarreal, organizó la Facultad de Acuicultura y Oceanografía. Murió el 21-VIII-1965. Publicó La Bahía de Chimbote (1942); la Bahía de Pisco (1942); y los fenómenos en el mar desde 1925 hasta 1941, en relación con observaciones meteorológicas efectuadas en Puerto Chicama (1942), que fueron posteriormente reunidos bajo el común epígrafe de Tres estudios referentes a la Oceanografía de Perú (1943); Pesquería y Oceanografía del Perú y proposiciones para su desarrollo futuro (1943); el Litoral Peruano (1947 y 1964); Die Westkûste Sûdamerikas im Pereich des Peru-stroms (1949); Atlas de la corriente costanera peruana (1951).
Alfredo Torero Fernández de Cordova
Nació en Huacho el 10 de septiembre de 1930, y falleció en Valencia el 19 de junio de 2004. A. Torero fue un científico social, un antropólogo y lingüista peruano que fundó la Lingüística Andina a través de su artículo «Los dialectos quechuas», publicado en 1964. La siguiente biografía ha sido condensada del artículo Alfredo Torero, un gran peruano del siglo XX, escrito por el historiador Pablo Macera en el año 2009.
Para entender lo que ha significado Alfredo Torero en el desarrollo de la historia y lingüística andinas hay que situarnos a mediados del siglo XX cuando las versiones modernas de estas disciplinas se encontraban en pañales. Torero fue el primero en utilizar para el Perú los métodos de la glotocronología y medir los probables orígenes y las etapas de separación en el quechua andino. Sus primeras conclusiones nos sorprendieron a todos, incluyendo el hallazgo de que el quechua tuvo un origen costeño. En realidad, Torero pensaba en un área inicial de interrelación costa-sierra vinculada a Huaura-Huánuco-Ancash-Pasco o Junín.
Su antecesor podría haber sido el idioma que conectó a la costa norcentral con Chavín de Huantar y la altiplanicie de Pasco que era una “plataforma para tomar desde allí todos los rumbos: norte, sur, selva, mar”. En esto como en todo fue riguroso y sabía controlar sus intuiciones iniciales. A ese respecto la contribución Alfredo Torero más allá de las innovaciones metodológicas consiste en haber demostrado la necesidad de un vínculo entre la lingüística e historia. Ya que la lengua misma es un producto social no puede ser entendida solo desde aproximaciones formales.
En el caso andino había que vincular estos fenómenos lingüísticos con los datos que proporcionan la geografía y la arqueología. Lo hizo siempre con prudencia. Los grandes idiomas andinos hoy activos (quechua, aymara) habrían co–participado en los procesos integradores de Chavin, Wari, Tiahuanaco, Incas. El de expansión más agresiva ha sido el quechua que durante centurias avanzó sobre espacio arus “en una especie de persecución que lleva más de mil años”. Quizás el éxito Quechua se deba a que ha sido desde antiguo un idioma de contactos que según Torero le impartieron cánones de sencillez y de regularidad desde su etapa protolengua.
Hermann Buse
La siguiente nota biográfica del Dr. Hermann Buse ha sido tomada de la Enciclopedia Ilustrada del Perú (190).
Nació en Lima en 1920; falleció en 1981. Buse fue un prolífico escritor hijo de Hermann Buse Antaño y Mercedes de la Guerra Hurtado. Egresado del colegio La Salle (1937), cursó estudios superiores en la U.M. de San Marcos, en cuya Facultad de Letras siguió la especialidad de Historia; y graduado de Br. En Derecho (1943), recibiose como abogado (1944). Ingresó a la redacción de El Comercio (1940) como editor de la sección cablegráfica; luego ejerció la jefatura de la edición vespertina (1945-1962) y por los artículos publicados en ella mereció el Premio Nacional de Periodismo (1956) y pasó a ser coordinador de la edición matutina. Al mismo tiempo ejerció la docencia en el Col. Militar Leoncio Prado (1946-1976); en la U. Católica (desde 1960), como catedrático de Geografía Superior; y en la U. de Lima.
Fue miembro de la Sociedad Geográfica de Lima y del Instituto de Estudios Histórico Marítimos. Murió el 26-VIII_1981. Obras: Huaraz-Chavín (1956), en torno a la belleza del paisaje ancashino y la cautivante antigüedad de sus restos arqueológicos; Mar del Perú (1958), en mérito a la cual fue otorgado a su autor el Premio Nacional de Geografía correspondiente a 1959; Geografía física y biológica del Perú y del Mundo (1958 y 1960), Guía arqueológica de Lima-Pachacámac (1960); Machu Picchu (1961 y, con una antología alusiva, 1963); Perú 10000 años (1962), documentada síntesis de los hallazgos arqueológicos que en nuestros días han dado una profundidad antes insospechada a la antigüedad de la cultura peruana; Huínco 240,000 Kw. Historia y Geografía de la Electricidad en Lima (1965); Introducción al Perú (1965), que informa sobre los nuevos hallazgos arqueológicos efectuados en el país; Los peruanos en Oceanía (1967), geografía y crónicas de viajes por el Pacífico y, bajo el título de testimonio del Perú 1838-1842 (1966), una amplia y reveladora antología de Juan Jacobo Von Tshudi.
Notas y referencias
(1) Torero, Alfredo. 2002. Idiomas de los Andes, Lingüística e Historia. Editorial Horizonte. Pag. 16.
(2) Ibídem, pag 16: “Si alguien hubiese podido recorrer América del Atlántico al Pacífico, y del polo septentrional al austral hace medio milenio, habría comprobado entre sus pueblos la existencia de diversos tipos físicos, de muy variadas costumbres, de niveles marcadamente diferentes de manejo tecnológico y organización socio-política, y, sobre todo, de numerosísimas (no menos de dos mil) lenguas distintas; y a ninguno de tales rasgos habría podido negarle la calidad de “americano” o la prejuzgada calificación de “indio”.
(3) La Enciclopedia Ilustrada del Perú, cuyos derechos corresponden a los herederos de Don Alberto Tauro del Pino, han sido publicados en tercera edición por la editorial PEISA el año 2001 con el aporte de la Empresa Editorial El Comercio.
(4) La Historia Marítima del Perú es una contribución del Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú. La colección consultada corresponde a la segunda edición fechada en el mes de abril de 1975. Nota de los Autores.
(5) Estuardo Nuñez y Georg Petersen. 2002. Alexander von Humboldt en el Perú; diario de viaje y otros escritos. Banco Central de Reserva del Perú. 311 pp.
(6) Middendorf E. W. 1973 (1894) Perú. Observaciones y estudios del país y sus habitantes durante una permanencia de 25 años. Tomo II: La Costa. Primera versión española. Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. 301 pp.
(7) Schweigger E. 1942. La Bahía de Chimbote. Boletín (s/n) de la Compañía Administradora del Guano. Lima, 1942. 28 pp. El documento está contenido en uno mayor titulado ‘Tres Estudios referentes a la Oceanografía del Perú’.
(8) El sabio argentino Feredico Ameghino postuló la hipótesis (1870) de que el hombre proviene de América, y de allí salió a poblar el mundo. Nota de los Autores.
(9) Porras Barrenechea, Raúl. El Paraíso en el Nuevo Mundo. Revista Histórica. Lima, 1942. Tomo XV (entregas 1 y 2), pp 103 y 105.
(10) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 1. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. La Llegada del Hombre a través del Mar, pag 82-83.
(11) Ibídem, pags. 96-97.
(12) Sarmiento de Gamboa, Pedro. Historia de los Incas (1572). Buenos Aires, 1947, cap V, pag 99
(13) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 1. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. La Llegada del Hombre a través del Mar, Pag. 87.
(14) Heyerdahl T. American Indians in the Pacific. Londres, 1952; p 344.
(15) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 1. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. La Llegada del Hombre a través del Mar, Pag. 155.
(16) Ibídem, Pag. 156.
(17) Jiménez de la Espada, Marcos. Del hombre blanco y signo de la cruz precolombinos en el Perú. Actas del tercer congreso internacional de americanistas. Bruselas, 1879, Tomo I, Pags. 592-624)
(18) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Leyendas de Reyes y Gigantes, Pags. 36-39.
(19) Los primeros cronistas recogieron de los primeros americanos cristianizados la versión de que el símbolo de la cruz y ciertos ritos católicos no les eran desconocidos, y fonéticamente vinculan el nombre Tomás con un vocablo particular usado para describir la antigua presencia de hombres blancos en el continente. Nota de los Autores.
(20) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 1. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Mito y Religión, Pags. 353-356.
(21) Chavez, F.P., Ryan, J., Lluch-Cota, S.E. and Niquen, M. (2003) From anchovies to sardines and back: multidecadal change in the Pacific Ocean. Science 299, 217–221.
(22) Carrión Cachot Rebeca. Un mito cultural del norte del Perú. “Letras”. Lima, 1953. Nº49, Pag. 186.
(23) Si de un disturbio climático se trata, no hay duda de que esto se relaciona con la ocurrencia de eventos El Niño, u Oscilación El Niño del Sur (ENSO). Nota de los Autores.
(24) Los cronistas refieren que el poderoso guerrero Naylamp provenía del norte, o tal vez de Polinesia. Nota de los Autores.
(25) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 1. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Mito y Religión, Pags. 656-660.
(26) Ibídem, Pags 693-695.
(27) Calancha. Corónica Moralizada. Libro II, Cap. XI pag. 374.
(28) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 1. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Mito y Religión, Pags. 693-701.
(29) Larco Hoyle Rafael. Sobre las representaciones eróticas en el arte antiguo peruano, especialmente en la cerámica. Checán. Ginebra, 1966.
(30) Ubbelohde-Doering, Heinrich. El arte en el imperio de los incas. Barcelona, 1952, pag 10.
(31) Schweiggger, E. 1964. El Litoral Peruano. Editorial de la Universidad Nacional Federico Villarreal. 420 pp.
(32) El Dr. Field es investigador del Instituto Oceanográfico Scripps, y realiza una pasantía en el Instituto del Mar del Perú. Fields afirma que de los resultados de estudios sobre deposición de escamas, ha habido temporadas en que no ha habido anchoveta en absoluto en la costa peruana. Esta ausencia está definitivamente asociada al calentamiento de las aguas. Nota de los Autores.
(33) Ubbelohde-Doering, Heinrich. El arte en el imperio de los incas. Barcelona, 1952, pag 11.
(34) Ibídem, Pags. 12 y 13.
(35) Ibídem, Pag 13.
(36) Ibídem, Pags 13 y 14.
(37) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 1. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Mito y Religión, Pags. 702-705.
(38) Valcarcel Luis E. La religión de los antiguos peruanos. Revista del Museo Nacional. Lima, 1939. Tomo VIII Nº1, Pag. 75.
(39) Disselfoff Hans D. Las grandes civilizaciones de la amárica antigua. Barcelona, 1967. pag. 275.
(40) Carrión Cachot, Rebeca. La Religión en el Antíguo Perú, Cap II, Pag 29.
(41) Tomo II, Volumen, 1, por Hermann Buse. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Mito y Religión, pag 702-705.
(42) Valdelomar, Abraham. Los hijos del sol, lima, 1921.
(43) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 1. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Mito y Religión, Pags. 709-711.
(44) ‘Cocha’ significa ‘agua’ en idioma quechua. Nota de los Autores.
(45) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Leyendas de Reyes y Gigantes, Pags. 47-48.
(46) Acosta, José de.Historia natural y moral de las indias, 1590, Mexico 1962. Libro primero, cap XIX, Pag. 53.
(47) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Leyendas de Reyes y Gigantes, Pag. 48.
(48) Ibídem, Pags. 70-73.
(49) Cabello de Balboa Miguel. Miscelanea Antártica. 1586.Buenos Aires, 1951. Tercera parte, cap XVII, Pag. 325.
(50) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Leyendas de Reyes y Gigantes, Pags. 115-116.
(51) Gibson, Charles E. La historia del barco. Buenos Aires, 1953, pag 4.
(52) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Cap. Navegación, pag 125.
(53) Torero, Alfredo. 2002. Idiomas de los Andes, Lingüística e Historia. Editorial Horizonte, Pag. 42.
(54) Comunicación personal del Sr. Domingo Torero F. de C. Nota de los Autores.
(55) Comunicación personal del Sr. Domingo Torero Arrieta. Nota de los Autores.
(56) Torero, Alfredo. 2002. Idiomas de los Andes, Lingüística e Historia. Editorial Horizonte, Pag. 17.
(57) Torero, Alfredo. 2002. Idiomas de los Andes, Lingüística e Historia. Editorial Horizonte, Pag 19.
(58) Torero, Alfredo. 2002. Idiomas de los Andes, Lingüística e Historia. Editorial Horizonte, Pag 18.
(59) Samano-Xerez, Relación de los primeros descubrimientos. Colección de documentos inéditos para la historia de España. Tomo V. Pag 197.
(60) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Navegación, Pag. 221.
(61) Ibídem, Pag. 260.
(62) Edwars Clinton R. Aboriginal watercraft on the pacific coast of south america. Berkeley, Californoa, 1965, Pag 54.
(63) Imbelloni José. La segunda Esfinge Indiana. Buenos Aires, 1956, Pag. 304.
(64) Rivero, Mariano Eduardo de, y Tschudi, Juan Diego de. Antigüedades peruanas. Viena, 1851, Pag. 133.
(65) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Navegación, Pag. 313.
(66) Pericot y García, Luis. América indígena. Barcelona, 1962, Pag. 494.
(67) Rivet Paul. Los orígenes del hombre americano. Mexico, 1943, pag. 187.
(68) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Navegación, Pag. 346.
(69) Heyerdahl, Thor. American Indians in the Pacific. Londres, 1952, Pag. 640.
(70) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Navegación, Pag. 348.
(71) Ibídem, Pags. 381-383; y 397.
(72) Kosok, Paul. Transport in Perú. Actas del Trigésimo Congreso Internacional de Americanistas. Cambridge, 1951. Londres. Pag. 67.
(73) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Comercio Marítimo, Pags. 399-400.
(74) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Comercio Marítimo, Pags. 446-447.
(75) Sarmiento de Gamboa, Pedro. Historia de los Incas. 1572. Buenos Aires, 1947, Pag. 195.
(76) Uhle, Max. Los principios de las antiguas civilizaciones peruanas. Quito, 1920, Pag. 9.
(77) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. El mar en la economía: la alimentación, Pag. 499.
(78) Gutiérrez de Santa Clara, Pedro. Quinquenarios o Historias de las Guerras Civiles del Perú y de otros sucesos de las indias (Siglo XVI). Madrid, 1963. Biblioteca de Autores Españoles (Col. Rivadeneira). Libro III, Cap. LXI, Pag. 245.
(79) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. El mar en la economía: la alimentación, Pag. 504.
(80) Tello, Julio Cesar. Paracas. Lima, 1959, Pag. 27.
(81) Torero, Alfredo. 2002. Idiomas de los Andes, Lingüística e Historia. Editorial Horizonte, Pag 25.
(82) Torero, Alfredo. 2002. Idiomas de los Andes, Lingüística e Historia. Editorial Horizonte, Pag. 228.
(83) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. El mar en la economía: la alimentación, Pag. 503.
(84) Murúa, Martín de. Historia del orígen y genealogía real de los reyes Incas del Perú (1590) . Lima, 1946, Col. Loayza, libro tercero, cap XXVIII, Pag. 129.
(85) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. El mar en la economía: la alimentación, Pag. 505.
(86) Lorente, Sebastián. Historia de la civilización peruana. Lima, 1879. Cap V, pag. 207.
(87) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. El mar en la economía: la alimentación, Pag. 506.
(88) Valcarcel, Luis E. Historia del Perú Antiguo. Buenos Aires, 1964, tomo III, pag. 521.
(89) Valcarcel, Luis E. Historia del Perú Antiguo. Buenos Aires, 1964, tomo III, pag. 510.
(90) Cúneo Vidal, Rómulo. Historia de la civilización peruana. Barcelona, 1926. Cap. XLVII, Pag 355.
(91) Urtega, Horacio. La organización judicial en el Imperio de los Incas. Revista Histórica. Lima 1928, Tomo IX, entrega I, Pag 16.
(92) Torero, Alfredo. 2002. Idiomas de los Andes, Lingüística e Historia. Editorial Horizonte, Pag 228.
(93) Lorente, Historia de la civilización peruana. Lima, 1879. Cap. III, Pag 66.
(94) Lorente, Historia de la civilización peruana. Lima, 1879. Cap. III, Pag 307.
(95) A esta técnica se le conoce popularmente como de “pesca con chinchorro”. Nota de los Autores.
(96) De las Casas, Bartolomé. De las antiguas gentes del Perú. Madrid, 1892. Cap. III pag. 22)(Cobo, Bernabé. Historia del Nuevo Mundo (1653). Madrid, 1964, Biblioteca de Autores Españoles (Col. Rivadeneira) Libro XIV , Cap. XVI, Pag. 269.
(97) A esta técnica se le conoce como “chinchorro de playa” y es muy popular aun hoy en día. Nota de los Autores.
(98) Jiménez Borja, Arturo. Moche. Lima, 1938. Capítulo sobre la pesca (s/n).
(99) Frezier, Amadeo Francisco. Relación del viaje por el mar del sur a las costas de Chile y Perú durante los años 1712-1714. Paris. 1732. Segunda parte, Pag. 109.
(100) Gutiérrez de Santa Clara, Pedro. Quinquenarios o historia de las guerras civiles del Perú y otros sucesos de las Indias (Siglo XVI). Madrid, 1963, Biblioteca de Autores Españoles (Col. Rivadeneira), Libro III, Capítulo LXI, Pag. 245.
(101) Leicht, Hermann. Arte y cultura pre-incaicos. Madrid, 1963. Pag 38.
(102) El espines es um arte de pesca que consiste em una línea o cordel llamado “madre”, que se extiende en el mar desde um bote, o desde la orilla, y de la que penden “reinales” o cordeles cortos de los que penden anzuelos encarnados. Nota de los Autores.
(103) Jiménez Borja, Arturo. Moche. Lima, 1938. Capítulo sobre la pesca (s/n).
(104) Gutiérrez de Santa Clara, Pedro. Quinquenarios o historia de las guerras civiles del Perú y otros sucesos de las Indias (Siglo XVI). Madrid, 1963, Biblioteca de Autores Españoles (Col. Rivadeneira), Libro III, Capítulo LXI, Pag. 245.
(105) Rioja, Enrique. La vida en el mar. México, 1964, Pag. 230.
(106) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. El mar en la economía: la alimentación, Pags. 509-525.
(107) Villagome, Pedro de. Exhortaciones e instrucción acerca de las idolatrías de los indios del Arzobispado de Lima (1649). Lima 1919, Col. Arteaga-Romero, Primera Serie, Tomo XII, Cap. XLII, Pag. 144.
(108) Gutiérrez de Santa Clara, Pedro. Quinquenarios o historia de las guerras civiles del Perú y otros sucesos de las Indias (Siglo XVI). Madrid, 1963, Biblioteca de Autores Españoles (Col. Rivadeneira), Libro III, Capítulo LXI, Pag. 245.
(109) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. El mar en la economía: la alimentación, Pags. 526-527.
(110) Vazquez de Espinosa, Antonio. Compendio y descripción de las indias occidentales (1628). Washington, 1948. Libro IV, cap V, pag. 371, párrafo 1175.
(111) Acosta, Joseph de. Historia Natural y Moral de las Indias (1590). México, 1962, libro tercero, cap XV, Pag 118.
(112) Zárate, Agustín de. Historia del Descubrimiento y Conquista de la provincia del Perú (1555). México, col. Atenea, libro primero, cap IV, Pag. 518.
(113) Engel, Frederic. Paracas. Lima, 1966, Pag 79.
(114) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. El mar en la economía: la alimentación, Pags. 535-537.
(115) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. El mar en la economía: la alimentación, Pag. 539.
(116) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. El mar en la economía: la alimentación, Pag. 513.
(117) Tello, Julio Cesar. Orígen y desarrollo de las civilizaciones prehistóricas andinas. Lima, 1942, Pag. 20.
(118) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. El mar en la economía: la alimentación, Pag. 550.
(119) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. El mar en la economía: la alimentación, Pag. 576.
(120) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Clima, Eustatismo y Silencios Arqueológicos, Pag 341-343.
(121) Garcilaso, Inca de la Vega. Los comentarios reales de los Incas. Lima, 1942. Parte I, Lib. VI, Cap. XXIX, pag. 204 del Tomo II.
(122) Garcilaso. Comentarios Reales. Tomo III, Libro VIII, Cap. XIX, pag 77 y 78.
(123) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. El mar en la economía: la alimentación, Pag. 591.
(124) Cobo, Bernabé. Historia del Nuevo Mundo (1653). Madrid, 1964. Biblioteca de Autores Españoles (Col. Rivadeneira). Libro XIV, Cap. VIII, Pag 251.
(125) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. El mar en la economía: la alimentación, Pag. 619.
(126) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. El mar en la economía: otros aspectos, Pag 629.
(127) Valcarcel, Luis E. Historia del Perú Antiguo. Buenos Aires, 1964, Pag. 124.
(128) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. El mar en el Arte, pag 745-46.
(129) Larco Hoyle, Rafael. Archaeología Mundi, Perú. Ginebra, 1966, Pag. 118.
(130) Jiménez Borja, Arturo. Moche. Lima, 1938. Capítulo sobre la pesca (s/n), Pag. 13.
(131) Nordperuanische Keramik, Berlin, 1954. Gebr. Mann Verlag.
(132) Kutscher Gerbt. Chimu. Eine Altindianische Hochkultur. Belin, 1950. Gebr. Mann. Verlag.
(133) Calco tomado de Gerdt Kutscher. Nordperuanische Keramik. Berlin 1954, Gebr. Mann Verlag.
(134) Valcarcel, Luis E. Historia del Perú Antiguo. Buenos Aires, 1964, tomo III, Pags. 43-45.
(135) Calancha, Antonio de la. Corónica Moralizadora del Orden de San Agustín. Barcelona, 1639. Libro III, Cap. II, Pag. 550.
(136) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. La Expansión Imperial, pag 814-815.
(137) Cabello de Balboa, Miguel. Miscelánea Antártica (1586). Buenos Aires, 1951, Pag. 319.
(138) Tomo II, Volumen, 2, por Hermann Buse. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Leyendas de Reyes y Gigantes, Pag 32.
(139) Riva Agüero, Jose de la. Historia del Perú. Lima, 1953, Tomo I, Pag. 169.
(140) Heyerdahl, Thor. La Expedición de la Kon Tiki. Barcelona, 1951, Cap 5, pag 13.
(141) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. La Expedición de Túpac Inca Yupanqui, Pag 881.
(142) Rivet, Paul. Los orígenes del hombre americano. México, 1943, pag. 189.
(143) Imbelloni, José. La Segunda Esfinge Indiana. Buenos Aires, 1956, pag 422.
(144) Heyerdahl, Thor. La Expedición de la Kon Tiki. Barcelona, 1951, pag 15.
(145) Larco Hoyle, Rafael. Archaelogia Mundi. Perú. Ginebra, 1966, pag. 172.
(146) Rowe, John H. Inca culure at the time of the Spanish Conquest –Handbood of South-American Indians, Vol II- Washington, 1946, pag 191-192.
(147) Petersen G., y R. Mujica Martinez. Historia Marítima del Perú, Tomo I, Volumen, I, Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Pág LXVII.
(148) Petersen G., y R. Mujica Martinez. Historia Marítima del Perú, Tomo I, Volumen, I, Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Pág LXXIII.
(149) Petersen G., y R. Mujica Martinez. Historia Marítima del Perú, Tomo I, Volumen, I, Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Pág LXXIII. Citando a Jorge Basadre, Historia de la República del Perú, tomo 1, pag 246, ed Villanueva.
(150) Buse, Hermann. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen, 1. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Cap. El Mar en la Era Precerámica, pag 307 y 314.
(151) Weberbauer A. 1945. El mundo vegetal de los Andes Peruanos.
(152) Sociedad Nacional de Pesquería. 2003. Libro de Oro de la Pesquería Peruana. Capítulos: 1 (La Pesca en el Perú Prehispánico, por Luis Enrique Tord; Pags. 41-70), 2 (El Virreinato y la República, por Luis Enrique Tord; Pags. 71-90); y 3 (El nacimiento de una industria, por Pedro Trillo y Luis Enrique Tord; Pags. 91-126).
(153) Láminas obtenidas del Tomo II, Volumen 1 de la Historia Marítima del Perú, por Hermann Buse. Páginas 372, 373, 696, 698, 699, 700, 730, 731, 766, 767.
(155) Gutiérrez M. , G. Swartzman , A. y S. Bertrand. 2006. Acerca de las relaciones entre anchoveta y sardina en el ecosistema peruano de afloramiento entre 1983 y 2004. Este libro, Pags. XX-YY.
(156) Bertrand A., M. Segura, M. Gutierrez & L. Vasquez . 2004. From small-scale habitat loopholes to decadal cycles: a habitat-based hypothesis explaining fluctuation in pelagic fish populations off Peru. F I SH and F I SHERI E S , 2004, 5, 296–316.
(157) Lizárraga O. P. fray Reginaldo de. Descripción de las Indias. Lima, 1946, Lib. I, Cap. XIX, pág 46 y 47.
(158) Del Busto Duthurburu José A. Historia Marítima del Perú. Tomo III, Volumen, 1. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Los primeros puertos, pag 347-348.
(159) Anónimo, Judío de Lima. Descripción del Virreinato del Perú. Santa Fé, 1958., pag. 28.
(160) La preocupación de los españoles sobre la participación judía en las excursiones holandesas a las Américas, queda atestiguada por numerosos informes confidenciales. Uno de ellos, entregado en Madrid, el 23 de abril de 1634, por Esteban de Ares Fonseca, guardado en los Archivos Generales de Simancas, Consejo de la Inquisición, Libro 49, folio 45, detalla la participación de judíos en diversas expediciones holandesas organizadas por la Compañía Occidental de las Indias y su ayuda en la conquista de Brasil. Ares Fonseca denuncia a Antonio Vaez Henriquez alias Mosen Coen de Pernambuco y a Manuel Torres alias Isaac Torres en La Habana como informantes y espías de los holandeses, al capitán judío Diego Peixotto, del buque «Las Tres Torres», de una flota holandesa hacia Pernambuco, dando nombres y grados militares de otros judíos que debían participar en esta expedición. Relata, además, que no sólo los judíos de Amsterdam estaban financiando estas empresas sino también los de Hamburgo, con un total de doce o trece mil ducados. Citado en Adler: (1909).
(161) R.P. Rubén Vargas Ugarte: «Manuscritos Peruanos en el Extranjero», comentado por Isaac Wecselmann: «Un manuscrito judío sobre el Perú», JUDAICA, Vol. IX, Sept. – Nov. 1937, Nº 51-53, pp. 208-211. Este manuscrito se encuentra en la Biblioteca Nacional, París, catalogado bajo el Nº F.E. 71. Su extensión es de más de 300 páginas, subdividido en siete capítulos.
(162) Historia de los judíos en Chile. Período Colonial. Judíos y judeoconversos en Chile Colonial durante los siglos XVI y XVII. Prof. Gunter Bohm. La Palabra Israelita; viernes 15 de Septiembre de 2004. Santiago de Chile.
(163) Petersen Gaulke G. y R. Mujica Martinez. Historia Marítima del Perú, Tomo I, Volumen, I. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Departamentos de Ancash y Lima, Pag. 64.
(164) Petersen Gaulke G. y R. Mujica Martinez. Historia Marítima del Perú, Tomo I, Volumen, I. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Departamentos de Ancash y Lima, Pag. 65.
(165) Cieza de León, Pedro. La Crónica del Perú. Buenos Aires, 1945. Cap. IV pag 43-44.
(166) Del Busto Duthurburu José A. Historia Marítima del Perú. Tomo III, Volumen, 1. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Los primeros puertos, Pag. 348.
(167) Weberbauer A. 1945. El mundo vegetal de los Andes Peruanos. Pag. 110 (Parte Primera: Orografía e Hidrografía).
(168) Weberbauer A. 1945. El mundo vegetal de los Andes Peruanos. Pag. 264 (ParteTercera, El territorio costanero de desiertos y lomas).
(169) Weberbauer A. 1945. El mundo vegetal de los Andes Peruanos. Página 268 (ParteTercera, El territorio costanero de desiertos y lomas).
(170) Cieza de León, Pedro. La Crónica del Perú. Buenos Aires, 1945. Cap. IV pag 44.
(171) Del Busto Duthurburu José A. Historia Marítima del Perú. Tomo III, Volumen, 1. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Los primeros puertos, Pags. 348-349.
(172) Sánchez R. J. y E. Zimic V. Historia Marítima del Perú. Tomo I, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. La Riqueza Ictiológica del Mar, Pag. 160.
(173) Sánchez R. J. y E. Zimic V. Historia Marítima del Perú. Tomo I, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. La Riqueza Ictiológica del Mar, Pag. 161.
(174) Sánchez R. J. y E. Zimic V. Historia Marítima del Perú. Tomo I, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. La Riqueza Ictiológica del Mar, Pag. 447.
(175) Sánchez R. J. y E. Zimic V. Historia Marítima del Perú. Tomo I, Volumen, 2. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. Colofón, Pag 567.
(176) Buse, H. Historia Marítima del Perú. Tomo II, Volumen 1. Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, segunda edición, 1975. Cap. El País Marítimo, Pag. 61-62.
(177) Nuñez E. y G. Petersen. 2002. Alexander von Humboldt en el Perú; diario de viaje y otros escritos. Banco Central de Reserva del Perú. Pags. 78-81.
(178) Middendorf E. W. 1973 (1894) Perú. Observaciones y estudios del país y sus habitantes durante una permanencia de 25 años. Tomo II: La Costa. Primera versión española. Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Pags. 225-239.
(179) Torero A. 2002. Idiomas de los Andes, lingüística e historia. Instituto Francés de Estudios Andinos IFEA, Cap. Idiomas de la región norte, Pags. 203-227.
(180) Torero A. 2002. Idiomas de los Andes, lingüística e historia. Instituto Francés de Estudios Andinos IFEA, Cap. Idiomas de la región norte, Pag. 207.
(181) Torero A. 2002. Idiomas de los Andes, lingüística e historia. Instituto Francés de Estudios Andinos IFEA, Cap. Idiomas de la región norte, Pag. 208.
(182) Torero A. 2002. Idiomas de los Andes, lingüística e historia. Instituto Francés de Estudios Andinos IFEA, Cap. Idiomas de la región norte, Pag. 227.
(183) Torero A. 1974. El Quechua y la historia social Andina. Universidad Ricardo Palma, Lima.
(184) Torero A. 2002. Idiomas de los Andes, lingüística e historia. Instituto Francés de Estudios Andinos IFEA, Cap. Idiomas de la región norte, Pag. 49.
(185) Torero A. 1989. Areas toponímicas e idiomas en la sierra norte peruana. Un trabajo de recuperación lingüística. Revista Andina, Nº13, Pag. 217-257. Cuzco.
(186) Tauro del Pino, Alberto. Enciclopedia Ilustrada del Perú, Tomo VIII. 2001. Editorial PEISA y El Comercio. Pags. 1255-1256.
(187) Tauro del Pino, Alberto. Enciclopedia Ilustrada del Perú, Tomo XI. 2001. Editorial PEISA y El Comercio. Pags. 1672-1673.
(188) Tauro del Pino, Alberto. Enciclopedia Ilustrada del Perú, Tomo XV. 2001. Editorial PEISA y El Comercio. Pags. 2437-2438.
(189) Comunicación personal del Ing. Abraham Meza Velásquez. Según su versión en 1959 se creó la Facultad de Oceanografía y Pesquería en la ciudad de Huacho, a cuya primera promoción perteneció, siendo dicha facultad una filial de la Universidad Nacional del Centro (situada en Huancayo). El Decano de esta facultad fue el Dr. Edwin Schweiggger hasta el año 1964 cuando la facultad había pasado ya a ser controlada por la Universidad Nacional Federico Villarreal. El Dr. Schweigger abandonó el Perú al año siguiente.
(190) Torero A. 2002. Idiomas de los Andes, lingüística e historia. Instituto Francés de Estudios Andinos IFEA, Cap. Idiomas de la región norte, Pag. 232.